26. Los Ángeles

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Samuel.

Había estado pasando unos días bastante malos, tras lo que ocurrió con Guillermo.

Los días transcurrieron con lentitud, hasta que el momento de viajar al extranjero, llegó. Necesitaba salir del país, me iba a venir bastante bien.

Ya estaba en el avión.

Notaba cómo los ojos me pesaban, y un dolor, que aparecía a ratos, los atacaba.

Estos días atrás estuve durmiendo menos de lo normal. Sólo lloraba y me sentía mal conmigo mismo todo el tiempo. El saber que ahora Guillermo no formaba parte de mi vida, me hacía sentir un enorme vacío en mi interior.

Lo quería, es más lo quiero, más de lo que jamás pudiera haberme imaginado. Y cuando estaba con él... todo se sentía tan cálido...

En lo que el avión se preparaba para despegar, me puse con el móvil, terminando, de nuevo, por leer la última conversación que tuvimos. Lo cariñoso que siempre había sido conmigo, y lo soso que yo fui siempre.

Aquellas palabras, que tan lejanas se sentían ahora, me recordaban a los momentos vividos con él. Cuando ni siquiera yo sabía que le gustaba, y siempre tartamudeaba, siendo incapaz de mirarme a los ojos por más de cinco segundos... Cuando hacía esas cosas tan raras, para acercarse a mí, como rozar su mano con la mía... El momento en el que empezamos a compartir nuestro tiempo... Aquellas palabras que salieron de mi boca, sin ser forzadas a decirse... Y, finalmente, el peor de todos. El momento en el que terminé con todo.

Cerré los ojos con fuerza, evitando, con todas mis fuerzas, llorar. Ahora no, no aquí.

Recibí el aviso de apagar los móviles, por la azafata, y tras hacerlo, me acomodé en el asiento y borré todo pensamiento de la cabeza.

(...)

En el aeropuerto me encontré con un hombre rubio con gafas de sol, vestido con un traje de chaqueta negro, a quien pude ver por el gran cartel que llevaba, con mi nombre en él.

Comenzó a hablarme en inglés, mientras me llevaba hasta su todoterreno.

Le pregunté por su nombre, el cual era Erik, que se apellidaba Bähr. Por lo que me dijo, y era bastante evidente en su apellido, su padre es alemán.

Estuvimos conversando por el camino. El chico era de mi edad, unos meses más joven.

Paramos frente al departamento, nos bajamos del coche y nos adentramos en el lugar.

Un par de hombres, uno castaño de ojos azules y otro de pelo moreno y ojos castaños, se nos acercaron para saludar.


-Bienvenido, yo soy Andrew. Hemos hablado un par de veces por teléfono. Seré tu jefe a partir de este verano -dijo, el moreno, con un perfecto acento. Me tendió la mano, a modo de saludo, la cual estreché-. Si lo prefieres, puedes llamarme Andy. Sinceramente, Andrew me parece demasiado serio. -Rió.

-Encantado, Andy. -respondí a su sonrisa.

-Igualmente -Miró a su izquierda, y continuó hablando-. Samuel, éste es Richard. Ric, éste es el nuevo, De Luque.


El castaño se me acercó para darme la mano.


-Un placer, De Luque. -El de ojos azules me sonrió, con simpatía.

-Samuel, por favor. -Él asintió.

-Bueno, Erik, muéstrale el lugar y presentale a los nuestros -Habló Andrew-. Nos vemos luego, Samuel. -Apoyó su mano en el hombro del castaño, éste último me sonrió, y ambos desaparecieron de nuestro campo de visión.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora