11. Desganado

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Narra Guillermo:

-L-lo siento... -Fue lo que pude decir, una vez paró el coche a pocos pasos de mi casa. Le dije que mi padre no sabía que iría con él, y que no quería que lo supiese porque me montaría un pollo por una tontería como esa.

-Vamos, bájate. -dijo, sin desviarme la mirada.

-P-por fa-favor... mírame... -Me estaban entrando unas enormes ganas de llorar. Estaba luchando por no hacerlo, pero dudaba que pudiera contenerlas por mucho tiempo-. N-no me odies S-S-Samuel... -El suspiró y clavó los ojos en mí.

-No te odio, pequeño. No podría odiarte por quererme. -Visualizó mi casa y volvió a mirarme-. Baja, anda. Antes de que nos encontremos con tu padre.

-N-no qui-quiero irme... -Agaché la cabeza, quedándome observando mis pies y seguí hablando-: A-antes quiero q-que me co-confirmes que se-seguirás viniendo a casa... -Y entonces nuestros ojos volvieron a encontrarse.

-No lo sé, Guillermo. -dijo tras un largo suspiro-. Sólo quiero que no lo pases mal por mi culpa, ¿entiendes? -Mientras hablaba, yo no hacía otra cosa que mirarlo de pies a cabeza, como intentando memorizar su perfecta figura por si no volvía a verlo-. Y no creo que sea lo mejor que nos veamos. -Él seguía con las manos sujetas al volante, esperando a que yo saliera de allí.

-P-por favor... no dejes d-de venir... -Y otro suspiro recibí por su parte.

-Me lo pensaré, ¿de acuerdo? -Yo asentí, me dispuse a abrir la puerta, no sin antes decir algo más.

-S-siento estar ca-cau-causándote tantas mo-molestias... Es que... t-te q-quiero demasiado... -Ahora sí, salí del coche y corrí hasta mi casa, entrando, rápidamente, sin mirar atrás. No quería ver su reacción. No quería porque ya estaba llorando, y eso lo empeoraría aún más...

Entré en casa, agradeciendo que mi padre no estuviese, me dirigí a mi habitación y me lancé sobre la cama a llorar.

(...)

Llegó el domingo, y yo no había pegado ojo durante toda la noche.

Intenté quitarme de la cabeza las imágenes de cómo había terminado el día anterior, el cómo había ignorado los mensajes que le envíe, aún viendo que luego se conectó y no fue capaz de responderme.

Ayer, en un acto de desesperación, llamé a Alex, llorando, y le conté todo lo sucedido el sábado.

En un principio se sentía feliz, pero cuando le conté lo último que ocurrió con Samuel, se sintió mal. Me estuvo diciendo que hoy saldríamos y que hablaríamos todo lo que yo quisiera y necesitase. Me hizo sonreír al oír aquellas palabras salir de su boca.

Alex era un gran amigo, tal vez un poco bocazas, pero siempre sabía cómo hacerme sentir mejor.

Llevaba vestido y listo para salir ya unos veinte minutos. La paciencia que siempre había tenido, se evaporaba con cada segundo que transcurría. Mi mente requería un descanso, despejarse de tanto pensar.

Por fin oí el timbre y salí pitando de mi habitación, abriendo para encontrarme con mi mejor amigo y juntos dar una vuelta.

Agradecí el haberme dejado convencer por él, y haber salido. Me hizo mucho bien, incluso reí por sus tonterías.

Me condujo por todo el centro de la ciudad.

El problema llegó, cuando de nuevo me encontraba en mi casa. Solo en mi habitación, sin tener ganas de comer -de nuevo- y volviendo a caer mandándole mensajes que tampoco fueron respondidos.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora