10. Columpio y helados

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Narra Samuel:

Noté que Guillermo estaba bastante nervioso. No sabía si era por mi presencia, o porque sentía vergüenza al no conocer a mi prima, pero igualmente, cada vez parecía estarlo aún más.

En ese momento entró Raúl por la puerta. Nos saludó y se sentó junto a su prometida, al otro lado de la camilla, frente a mí.

Guille, ¿quieres sentarte? —le pregunté, señalando el asiento que se encontraba al lado de la camilla, en el que yo me hallaba.



C-claro. —Con tranquilidad, se acercó y se acomodó en él—. ¿T-tus padres vienen?



Supongo que sí. Pero ellos vendrán más tarde, a la hora de almorzar más o menos. —Que por cierto, no sabía qué pensaba hacer él, si venir con nosotros a comer o irse a su casa. Así que decidí preguntarle—. ¿Qué vas a hacer tú? ¿Te vendrás o prefieres comer en tu casa?



Y-y-y-yo m-me voy con vo-vosotros. —Sonreí ante lo evidente, causando que sus mejillas volvieran a colorearse.



Está bien, chiqui. —respondí, sonriendo, mientras devolvía la mirada a mi prima.



(...)





—¿T-tardarán mucho tus pa-padres? —me preguntó Guillermo. Nos encontrábamos en los escalones de la puerta de entrada del hospital. Nos habíamos despedido de mi prima y su prometido, y ahora almorzaríamos con mis padres.



—No. Vienen de camino. —respondí, mirándolo con atención. Él, como siempre, me desviaba la mirada. Se ponía increíblemente nervioso, cosa que me hacía mucha gracia.



—Va-vale. —Se encontraba mirándose las manos, y a continuación empezó a morderse las uñas. Yo le aparté las manos, consiguiendo que me mirara asombrado.



—No hagas eso.



—L-lo siento... —Volvió a apartarme la mirada y añadió—: ¿C-cuánto más o m-menos ta-tardarán en llegar? —Él miraba a todas partes, como queriendo encontrar algo a lo que mirar. Habían pocas personas en la entrada. Todas estaban o dentro del hospital o almorzando en algún lugar.



—Como mucho unos quince minutos.



—¿Q-quince? —Al parecer le había parecido mucho—. ¿T-tanto? —Ambos nos quedamos en silencio. Fue un silencio que respondió a aquella pregunta—. O-oye... S-Sa-Samue...



—Dime, Guillemo. Dime. —No pude evitar reírme. Cada vez que lo oía pronunciar mi nombre... Bueno, mejor dicho, intentar pronunciarlo, me hacía sentir ternura hacia él. Era tan tímido cuando me tenía cerca...

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora