56. Chantajes

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Samuel.

Julio se adentró en mi casa, y se dejó caer sobre el sofá.

Yo cerré la puerta y me acerqué a él, quién dio un par de palmaditas a un lado suyo, para que me sentara.



—¿Pensabas contarme lo de Los Ángeles? ¿Creías que jamás me enteraría?



Miré al lado contrario de donde se encontraba y hablé.



—Iba a decírtelo —dije—, cuando éramos amigos, claro está. Después de las cosas que han pasado, ese era el menor de mis problemas.

—Y ahora que yo lo sé, ¿qué piensas hacer? —Llevó una de sus manos, hasta mi pierna derecha, y fue subiendo en dirección a mi entrepierna. Yo se la aparté de un manotazo.

—No me toques, Julio. —Él río.

—El que yo te toque, no debe preocuparte ahora —Se giró, un poco, para verme mejor y continuó hablando—. Si mi hijo se entera de esto por mí, antes que de tus labios, no querrá ni verte. ¿Quieres que te odie? No creo que ahora mismo puedas soportar eso.

—Si no me dejas verlo, cómo pretendes que se lo diga.



Julio sonreía.



—¿Qué es lo que quieres, Julio?

—Podría llamar y decírselo ahora mismo... O...

—¿Qué?

—Podrías dejarme contemplarte un poco. —Enredó sus dedos en el extremo de la toalla, haciendo presión, no lo suficiente, para darme a entender lo que quería.

—¿Quieres verme desnudo? ¿Eso es lo que quieres?

—Es lo que quiero. —respondió.



Me puse en pie, bajo la atenta y lujuriosa mirada de Julio, e hice desaparecer la toalla de alrededor de mi cuerpo.

Él admiraba mi cuerpo, mirándome de arriba a abajo.



—Acércate. —dijo.

—No vas a tocarme, Julio.

—Ven.



Fui hasta él, y este me hizo una señal, para que me sentara sobre sus piernas. Yo me negué.



—Es eso o tocarte, Samuel. ¿Quieres hacer lo que te digo?



Me senté sobre sus piernas, diciéndome a mí mismo que eso sería lo único que tendría de mí.

Julio acercó su cara a la mía, sin rozarme.



—No entiendo porqué prefieres a mi hijo. ¿Te van más jóvenes, Samuel?



No contesté a eso. Sabía que no me serviría de nada. Sólo provocarlo, lo que no era nada recomendable en un momento como ese.



—Incluso tu padre vale más que tú.



Justo después de decir eso, su boca impactó con la mía, tirándome sobre el sofá. Su mano derecha alcanzó mi miembro, apretándolo con fuerza.

Le pegué una patada en la cara, la cual lo lanzó de espaldas al suelo.



—¡Sal de aquí, maldito hijo de puta! Y haz lo que quieras, si quieres contárselo a Guillermo, cuéntaselo. No vas a chantajearme cada vez que quieras.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora