28. Alguien a mi lado

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Samuel.

Había disfrutado como nadie, mi estancia en Estados Unidos. Visité varios sitios e hice muchas fotos en compañía de Erik y a veces también de Andy y lo pasamos genial.

Pero por desgracia, ahora me tocaba volver a la realidad. Volver a pensar en Guillermo y en que estaba en el mismo país.

El día anterior de tomar el vuelo, había estado hablando con mi Isa, mi prima. Le comenté que iría a verla cuando regresara al país. Se le veía desanimada, pero no quise entrar en detalles, que le hicieran recordar lo mal que lo estaba pasando, prefería ir a verla en persona, y que fuera una sorpresa. Así que nada más entrar en España, subí en un taxi y me dirigí a mi casa, para soltar el equipaje. Cogí mi coche y conduje hasta la casa de Isabel.

Llamé varias veces al timbre, pero nadie abría la puerta.

Supuse que aún no habían llegado ninguno de los dos de trabajar, así que saqué las llaves que mi prima me había dado una vez y me adentré en el lugar. Sería una bonita sorpresa que me encontrara al llegar.

Guardé las llaves en el bolsillo, entré en el salón y pensé en sentarme un momento en el sofá, pero preferí lavarme la cara antes. Seguía un poco adormilado por el largo viaje. Me encaminé hasta el baño y abrí la puerta, encontrándome con una imagen tan impactante, que dudaba que jamás se borrara de mi cabeza. Isa se había cortado y estaba inconsciente en el suelo, mientras no dejaba de sangrar.

Rápidamente, corrí hacia ella y le tomé el pulso.

-¡Isa! ¡Isa! Quédate conmigo. ¡Despierta! -gritaba desesperado, abofeteándola, esperando que lograra despertarse. Saqué el móvil y marqué el número de emergencias. Los dedos me temblaban, bueno todo el cuerpo, de hecho. El corazón no dejaba de latir, cada vez con más velocidad. Con un poco de dificultad hablé con una mujer que se puso al teléfono y enseguida le di la dirección.

La cargué en brazos, tras intentar parar la hemorragia, queriendo acortar la distancia, entre los médicos y ella. Para que pudiera ser atendida lo antes posible. La bajé hasta la puerta de la calle, sintiendo que los nervios iban a matarme. No hubo que esperar demasiado, aunque para mí había sido una eternidad.

Cuando llegaron, la acostaron sobre una camilla y la metieron en la ambulancia. Yo me monté, quedando a un lado suyo, y sostuve su mano.

Lágrimas caían, inconscientemente, de mis ojos, nublándome la vista que tenía de aquella chica, que tan fuerte había permanecido siempre, y tan frágil se veía ahora. Los médicos hacían su trabajo en lo que yo no podía dejar de maldecirme una y otra vez en mi mente.

Llegamos al hospital, y me dijeron que debía esperar fuera. Llamé a Raúl, antes que a nadie, y le pedí que no llamara a nadie más por el momento.

En lo que él llegaba, yo no podía dejar de andar de aquí a allá, mordiéndome las uñas. Estaba desesperado. Tenía el corazón tan acelerado, que parecía que me iba a salir por la boca, en cuanto menos me lo esperase.

Necesitaba hablar con alguien, necesitaba abrazar algo. Necesitaba saber que todo saldría bien.

Estaba tan alterado que pensé varias veces en llamar a mi madre, pero conociéndola podría, incluso, darle un ataque con una noticia como esta.

Cogí el teléfono, y lo primero que se me ocurrió fue llamar a Guillermo.

En ese momento no tenía ni ganas de reflexionar sobre ello, sólo necesitaba que alguien estuviese a mi lado.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora