Capítulo 43 🍎

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Becca

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Becca.

El frío de la noche se hizo cada vez más intenso, y nuestro único lugar cálido era dentro del auto. No teníamos que preocuparnos por el clima dentro del auto, nos encargamos de encender la calefacción antes de dirigirnos salir para así cuando entráramos estuviera cálido.

Me sentía en paz.

Y todo era gracias a que había conseguido liberar mi mente de las preocupaciones o dudas, y sobre todo, de haberle dicho a Christopher lo que era innegable.

Lo amaba, y disfrutaría de la sensación ñoña, incluso si duraba poco.

—¿Y tu flor favorita?—preguntó dándole un mordisco al sándwich.

Por supuesto antes de partir nos aseguramos de cargarnos con comida para donde íbamos, pedí bastante, especialmente sándwiches, lo que me hacia recordar a cuando me subí a su auto por primera vez.

Ahora nos manteníamos haciéndonos preguntas al azar, las típicas.

—Las rosas.

—¿Por qué las rosas son tus favoritas?

Primero me encargue de tragar lo que tenía en la boca antes de responder.

—Porque todos observan solo lo hermosa que es por su ardiente y llamativo color, de esa forma se olvidan de las espinas que estas contienen. Ninguno se espera que tal belleza pueda causar daño.

Christopher sonrió sin mostrar los dientes debido a que tenía comida en la boca. Ambos estábamos sentados en los asientos traseros que eran más espaciosos, en medio de los dos se encontraba la comida empacada que ahora devorábamos.

—Es la primera vez que te escucho decir algo tan... poético.

Entreabrí la boca, fingiendo indignación por esas palabras.

—No todos podemos ser amantes de la lectura, profesor—bromeé.

—No sé, momento atrás dijiste unas lindas palabras—formuló con una radiante sonrisa.

Bajé la mirada dándole una gran mordida al sándwich. Sentí que la cara se me calentaba por completo, lo que significaba que me estaba poniendo roja.

Detestaba cuando sucedía eso, pero con Christopher era inevitable.

Desde que le confesé que lo amaba, al igual que cuando le dije que me gustaba, comenzó a molestarme con eso. La cursilería no era mi fuerte, serlo con él era un nuevo comienzo que acabaría pronto si no dejaba de molestar.

—Deja de molestar, tonto—mascullé.

—¡Vaya!—exageró—. Becca Edwards tímida y avergonzada, esto no se ve todos los días.

Negué varias veces. Yo no me sonrojaba por nadie, bueno, por él sí. Pero no era justo, no podía burlarse de mí de esa forma. Así que tragué la comida de la boca, y le apunté con el dedo, haciéndolo callar por completo.

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