Intrépido Amor #1.
Becca Edwards es una carismática, dominante e intrépida joven con un pasado misterioso el cual la atormenta en secreto.
Una noche antes de regresar a clases en la universidad, mientras espera a que su mejor amiga salga de su trab...
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Becca.
¿Qué había hecho?
Demonios, debía dejar de ser impulsiva.
Aunque hace mucho que no hacía nada impulsivamente, y menos golpear a una chica. Pero ella no debió insultarme así.
Nos detuvimos frente a una tienda de golosinas cuando estuvimos seguros de que la chica no nos perseguía. Esperaba que se marchara a su ciudad o lo que sea, si la volvía a ver no saldría corriendo si me insulta de nuevo, claro que no.
Apoyando una mano en la pared, miré al rubio que intentaba recuperar la falta de aliento al igual que yo. Al menos mínimo corrimos unas siete calles.
Jesús, ejercicio en la noche, y ahora en la mañana. Mañana me dolería el cuerpo, y no por haber tenido sexo, por desgracia.
Debía retomar el gimnasio o no volver a correr con tacones.
El tipo apoyó ambas manos en sus rodillas y comenzó a toser, muy feo.
—Oh, maldición...
—¿Te encuentras bien?—cuestioné recuperando el aliento—. Por favor, no te mueras. Estos tacones no son para llevarte a una morgue.
Él levantó una mano, y asintió al terminar de toser.
—Estoy bien, aun me quedan varios años más para escapar de esa forma de las chicas—bromeó.
Sonreí de lado.
—Bueno, espero no estar para la siguiente escapada, con una fue suficiente—comenté devolviéndole la broma.
—Sí, gracias por eso. Aunque espero no te cause problemas legales.
Se incorporó, acomodando su ropa y cabello. Ahora me dejaba examinarlo con más detenimiento. No pude pasar por algo la bella sonrisa con hoyuelos, y sus ojos azules. No parecía muy viejo, debía tener unos treinta.
Era bastante guapo, pero no de mi estilo.
Moví una mano, quitándole importancia.
—No te preocupes. No es la primera vez que voy a la estación de policías, Richard no se sorprenderá de verme ahí.
El extraño rubio alzó las cejas, divertido.
Por primera vez, en varias semanas, sentí que mis mejillas enrojecían al darme cuenta de mi comentario.
—Digo...—tartamudeé—No voy por andar golpeando a gente desconocida—intente explicarme—, bueno, sí, pero solo cuando se lo merecen.
Divertido por mi torpe explicación, se carcajeó.
—Tristán—extendió una mano, presentándose—. Espero no recibir un puñetazo de tu parte en ningún momento.
