DONDE LAS DAN...

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Como se había hecho de costumbre en casa de las Manoban, Alice y Freya se hallaban en la cocina disfrutando del día que estaba comenzando a levantar con esplendor, pues, como dice el dicho: no hay sábado sin sol. También, como se había vuelto un hábito, tanto madre e hija se veían turnadas para subir al rescate de la bella durmiente con el corazón afectado por la ausencia de la castaña.

Sabiendo lo que significaba la mirada demandante de Alice, Freya ladeó la cabeza, sosteniéndole la mirada hasta que no soportó la presión, recurriendo a las palabras para negarse ante la petición de su madre—: ¡venga ya, mamá, anteayer y ayer fui yo también! ¿No habíamos quedado en que iríamos un día cada una?

—No seas así, hija, a ti se te da mejor, a mí siempre me intenta sonsacar que la deje sola —se excusó Alice.

—Sí, seguro... —Hizo el gesto de bajarse del taburete, deteniéndose al escuchar rápidos pasos bajar las escaleras, con destino final a la cocina.

Ambas se miraron sorprendidas cuando vieron esa sonrisa tan espléndida en el rostro de Lisa, una que no veían desde hacía casi un mes.

—Buenos días, mamá —saludó alegremente, besándole la mejilla antes de pasar de largo—. Buenos días a ti también, hermanita —añadió, repitiendo el proceso con Freya.

—Vaya, vaya, ¿y esa contentura? Ha debido pasar algo bueno, ¿a qué esperas para contarnos, hija? —preguntó Alice, alegre de ver a su hija así.

—Bueno, todavía no ha pasado nada como tal, pero... Hoy voy a ir a casa de Jennie para arreglar lo nuestro —respondió con un brillo en los ojos que derritió el corazón de las otras dos rubias, que se miraron, esperanzadas por la sonrisa de Lisa.





Una gran necesidad de beber agua la hizo abrir lentamente los ojos, su pecho latía velozmente, otra vez esa pesadilla con Lisa que cada vez le parecía menos lejana a su realidad. Hizo el pensamiento de levantarse, aunque su cuerpo no parecía querer seguirla en absoluto. Estiró la mano hasta su mesita de noche para mirar la hora puesto que los destellos de luz que entraban desde la ventana, le hicieron suponer que era más tarde de lo que acostumbraba a despertar, acertando por completo cuando miró bien el despertador.

—Que resaca... —murmulló mientras se sentaba con dificultades en su amplia cama. De pronto, se percató de que la ropa que debía llevar puesta en esos instantes estaba tirada por el suelo, alzando su cobija para confirmar que, definitivamente, estaba desnuda.

Haciendo una resumida memoria de su noche anterior, volteó lentamente la cabeza, algo temerosa de coincidir con el rostro que terminó viendo en primera plana, durmiendo justo su lado todavía.

—Maldita sea. No, no, no... ¡Mierda! —farfulló.

El dolor de cabeza no menguó ni siquiera bajo el agua tibia del largo rato que pasó en la ducha, respirando profundamente para evitar que su cabeza se volviera un caos más grande del que ya era.

Salió del baño, quedando cabizbaja al escuchar la voz de Somi hablar con su esposo desde su habitación. Abrió la puerta vacilantemente, mirándola unos segundos antes de que esta soltara cualquier excusa para finalizar la llamada.

—Era Jaehyun, estaba preocupado porque no me vio esta mañana cuando llegó a casa —explicó esta, sentada en la cama ya arreglada.

Jennie carraspeó—: esto... Ayer yo... Lo siento, no debí permitir que...

Somi la interrumpió—: Nini... Creo que deberíamos olvidar lo de anoche, será lo mejor, de veras.

Tras un par de segundos que se hicieron tremendamente largos, Jennie sonrió, asintiendo algo más aliviada.

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