UNOS VAN, OTROS VIENEN

327 46 49
                                    

—Han llegado a su destino, que tengan un buen día, señoritas —habló la amable voz del taxista que llevó a las tres Manoban hasta el juzgado.

Cruzaron las puertas del gran edificio. Imponentes paredes sin sonidos de por medio hacían parecer aquel lugar un templo, el suelo por el que caminaban reflejaba sus rostros, el de Lisa más nervioso que el de cualquiera; no debido a los sujetos del bando contrario que esperaban frente a la amplia puerta de la sala donde se celebraría el juicio, estos pareciendo empalidecer con su repentina presencia allí; la verdad es que no fue tampoco por la conocida abogada que ya las había divisado desde las sillas donde esperaba sentada junto a Wendy y sus padres, ni por el reloj que apuntaba a todos los presentes con sus agujas impacientes; la razón por la cual su madre le preguntó la causa de su mala cara, era por la cantidad de intentos fallidos que adornaban su registro de llamadas, buscando localizar a Jennie, quien no respondía.

—¿Jennie tampoco te responde, Lalisa? —preguntó Somi, con la misma mueca de preocupación que el resto. Miró el reloj—. Quedan solo diez minutos para que inicie.

—Es extraño que no haya llegado aún, siempre es puntual —añadió Freya.

—Quizá todavía está buscando dónde aparcar, debo admitir que esta zona es muy complicada para estacionar. Casi te sale mejor venir en Taxi —justificó Wendy.

—Sí, por esa razón es que nosotras hemos llegado en Taxi —afirmó Alice—. Si hubiéramos venido en el coche no encontraríamos dónde dejarlo hasta pasado mañana. Seguro que Jennie no debe demorar —dijo, buscado apaciguar a su hija, quien seguía intentando localizar a la castaña.

Varias y pesadas miradas desde el bando contrario hicieron que Lisa observara a los que no dejaban de comentar susurros disimulados. Mientras que Jackson no dejaba de especularla como si no debiera estar allí, el señor Wang sonreía junto a su abogado.

—Algo no está bien... —murmulló para ella misma.

—¿Qué dijiste? —preguntó su hermana.

Negó con la cabeza sin más, evadiendo sus malas corazonadas.

—Buenos días —saludó el señor Manoban, cesando la prisa de sus pasos una vez quedó frente a ellas—. Menos mal, pensé que no llegaría a tiempo.

—¿Tú también has tenido dificultades para aparcar?

—No tanto, cosa que es un milagro. Lo que ocurre es que por la ruta que he venido había una retención bastante larga debido a un accidente de tráfico. Por suerte no se alargó mucho más porque la grúa ya estaba terminando de llevarse los restos destrozados de la moto implicada. Si el vehículo terminó así, no quisiera saber cómo habrá terminado la persona que estuviera manejándola... Horrible.

—¿Tan impactante se veía? —El señor asintió.

—Sí, tanto que, si el conductor accidentado sobrevive podría asegurar que es un milagro, fíjate lo que te digo —aseguró.

—Qué tragedia... —concluyó Alice.

A escasos minutos de la hora en punto, otro personaje que hizo acto de presencia fue Jung-Hee, el enfermero que veló por Lisa durante su recuperación en el hospital. Saludó a los presentes, acercándose a la rubia para preguntarle directamente por Jennie.

—¿Cómo es que no ha llegado aún? Había quedado conmigo en la entrada, pero viendo que no llegaba he terminado entrando yo solo... —explicó apenado, dirigió su mirada hacia los Wang—. Ese fue el señor que hizo el trato con el doctor Il. Menudos impresentables.

—Hoy será el último día en que se salgan con la suya —soltó el señor Manoban, batiéndose a cabreadas miradas contra el señor Wang.

Con el reloj marcando las ocho en punto, las puertas de la sala se abrieron de par en par. Un muchacho formalmente vestido comenzó a mencionar los nombres de las personas que debían ir entrando en orden a la sala. Como era de esperarse, el último llamado en nombre de Jennie Kim cerró las puertas de la sala.

Última RimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora