COMPAÑEROS DE PISO

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—¡Oye, no puedes haber ganado, te tocaba retroceder cinco casillas! —le espetó Freya a Jennie, todas riendo por las trampas de la mayor.

—¿Y quién lo dice? —preguntó Jennie, desentendiéndose de la acusación.

—Las reglas del juego, por ejemplo —respondió Lisa, ambas hermanas arqueándole una ceja.

—Mira, señora lo hago todo al pie de la letra porque soy una estirada que lo flipas: para empezar, las reglas están para romperse. Dos, aquí lo que está pasando es que os molesta que os haya ganado en todas las partidas, ¡par de malas perdedoras! —dijo Jennie, las otras dos frunciendo el ceño, mosqueándose cómicamente.

—Disculpa, ¿qué acabas de decir? No somos malas perdedoras, tú has estado ganando todo el rato a base de puras trampas, ¡pedazo de tramposa! —Lisa alzó la voz, dándole un golpe en el hombro a la que estaba sentada a su lado en la mesa del comedor, Freya sentada frente a estas dos, muerta de la risa.

—Eso, eso... Y que conste que yo he ganado dos partid...

—Shh... oye, niña, cuando los mayores hablan, los menores se callan... —provocó Jennie, poniéndose el dedo índice sobre los labios haciendo el gesto de mandar a callar. La sonrisa de la pequeña rubia desapareció mientras se levantaba de la mesa decidida a perseguir y apalear a la que también se puso de pie con agilidad, comenzando a correr alrededor de la mesa bajo las intensas carcajadas de Lisa, que decidió a poyar a su hermana en venganza a la castaña.

—Oye, dos contra una no vale, ¡eso es jugar muy sucio! —dijo, respirando sofocada a un lado de la mesa, observando como las otras dos se iban acercando lentamente a cada lado.

—Vaya, vaya... ¿qué se siente sentirse así, eh, tramposa? —soltó Lisa decidida a abalanzarse junto a Freya sobre la mayor, que recibió un montón de cosquillas y leves manotazos, el peso sobre su espalda de Lisa, esta, montada a caballito, sus ojos cerrados por culpa de sus manos. Aquello, más las agresiones de la menor de las tres, la llevaron hasta el sofá, cayendo estrepitosamente en este. Finalmente cesaron sus quejidos de agotamiento y las risas, enderezándose en los asientos.

—Bueno... creo que ya deberíamos cenar... ¿qué les parece? —propuso Lisa, las otras dos asintieron—. Bien, pues acompáñame a la cocina, vamos —le dijo a la castaña, que sin rechistar se puso de pie, dejándose guiar hasta la cocina, cerrando la puerta.

Lisa abrió la nevera, agarrando el recipiente que traía el arroz que llevó su invitada.

—¿Puedes agarrar tres platos de ese estante, por favor? —pidió la rubia. Jennie acató, dejándoselos al lado. Se recostó en la meseta, recorriendo su cuerpo con la mirada sin timidez alguna mientras la otra repartía la comida en los tres platos. En cuanto Lisa puso el primero al microondas, se dio la vuelta, percatándose del labio mordido y las dos obsidianas ardientes que tenía sobre ella, arrancándole la ropa a cada centímetro que especulaba.

Lisa carraspeo, llevándose la atención de la castaña a su rostro—: esto... ¿se puede saber qué miras tanto? —habló con cierta picardía. Sin resistirse más, la castaña se le aproximó lentamente, pero más de la cuenta, dejándola a ella aprisionada entre el mármol y su cuerpo con una de sus sonrisas llenas de peligro.

—A ti, ¿es que no te has dado cuenta? Porque he sido muy obvia... —Hizo el amago de besarla, rozándole simplemente los labios antes de aterrizar en su mejilla. Lisa escuchó como olfateó seductoramente sobre su cuello, volviendo a su mirada instantes después—. Por cierto, ¿cómo es que hoy llevas perfume? ¿Querías impresionarme, Lisa? —La hizo ruborizarse ligeramente.

—No... simplemente, hacía mucho tiempo que no me ponía mi fragancia favorita, ha sido casualidad —Se encogió el hombros, restándole importancia. Sonó el pitido del microondas, la rubia dándose la vuelta para cambiar el plato y ponerlo también a calentar. Sintió como cierta cadera se arrimó a su trasero, volviendo a escuchar la respiración de la mayor cerca de su oreja.

Última RimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora