CONTRATIEMPOS

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—¡Bien, siguiente! —gritó el tutor de historia, que como cada profesor responsable de un salón, revisaba cautelosamente el equipaje de sus alumnos.

—¿Sabes? esa bolsa llena de objetos de alumnos fastidiados y descubiertos, no se ha llenado de la nada. Así que, Jen, espero que hayas escondido bien los preservativos y lo que sea que traigas por que este no se anda con chiquitas, —murmuró Mino, en un tono burlón al ver que Jennie sería la siguiente.

—Te parecerá extraño, pero soy totalmente inocente, no he traído nada de eso porque pienso comportarme y seguir las reglas...

—Claro... Lo que tú digas, adelante.

La castaña se acercó a donde estaba el imponente profesor, que anticipando encontrar algo sospechoso, abrió una nueva bolsa con objetos dedicados el sexo que llenar.

—Kim... Te conozco más de lo que crees, y me caes muy bien, por lo que... Te lo preguntaré directamente, ¿has traído algo fuera de la lista de objetos permitidos?

Jennie negó lentamente con la cabeza—: nada. Absolutamente nada, voy a lo legal, amigo.

—Está bien, lo he intentado por la vía sencilla, pero si me lo pones difícil no me queda de otra... Abre la maleta —Sin trabas, Jennie acató, abriendo su maleta perfectamente organizada—. Vaya, ¿la has preparado tú?

—No del todo, me ayudaron mi hija y mi novia... Se nos da muy bien el trabajo en equipo —soltó con orgullo, dejándolo algo azorado.

—Sí, la verdad es que sí. Allá voy... —Tratando de dejar intacta la perfección en la que estaban todos los objetos allí, comenzó a rebuscar, sorprendiéndose de no hallar nada hasta que dio con algo—. ¿Qué es esto?

—Venga ya, profe, eso es un bote de crema solar, lo pone en la etiqueta, ¿lo ves? —Se lo arrebató de la mano, señalando las palabras que lo verificaban—. ¿Se puede saber por qué cree que no puedo comportarme lo suficiente como para ocurrírseme la nefasta idea de usar una crema para ya sabe qué? —El mayor sintió vergüenza al asimilar las palabras de la alumna—. ¿Enserio profe? Esa especulación no tiene sentido alguno. De veras, te respeto, tú también me caes genial y lo sabes pero, no me voy a reprimir de decirte que... Te has pasado... Bastante. No traigo nada raro, de verdad.

—Está bien... Perdón, Jennie, me he equivocado contigo, ya puedes cerrar la maleta —respondió, viéndola asentir en respuesta antes de guardar el equipaje con el resto —. ¡Siguiente!


Sentada junto a su mejor amiga en el autocar correspondiente a su salón, Jennie se estaba desesperando al ver toda la demora en partir, dudando entre si arriesgarse y aprovechar la tardanza para quitarse las ganas de orinar aunque ya tuvieran prohibido salir del vehículo, o mortificarse todo el camino sin tener en mente otra cosa que no fuera el arrepentimiento de no haber ido y, por ende, aguantar las insufribles ganas de ir al baño durante el largo trayecto sobre ruedas.

Sin duda, su voluntad temeraria no la dejó atrás, así que se decidió por la primera opción.

—¿A dónde vas, Jen? —preguntó Rosé, inquietándose al verla con intenciones de levantarse de su asiento.

—Ahora vengo, voy a orinar.

—¿Qué dices? Después de haber hecho el recuento ya no se puede puede salir, lo ha dicho Hyo-Jong. Además, creo que ya saldremos en breve.

—Tranquila, si el conductor ni siquiera ha subido a su cabina, antes de que arranque habré llegado —habló, confianzudamente.

Se levantó, saliendo sigilosamente por la segunda puerta que aún seguía abierta y sin molestos tutores al acecho. Aunque andaba un poco desorientada por la gran estación, no le costó demasiado seguir los carteles para llegar a los aseos. Entre las dos puertas, ignorado por las decenas de personas correteando apresuradas, encontró a un muchacho angustiado en llanto.

Última RimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora