CAPÍTULO XII

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12. Un mundo muy pequeño.

BRIDGET

La vida me sonreía. ¡No estaba despedida! Y lo mejor de todo, ¡esa mañana la tenía libre! Aaron me mandó un mensaje que vi al despertar —un poco seco todo hay que decirlo—, pero lo importante es que no debía ir a la empresa. Así que dejé el móvil en la mesilla de noche y volví a meterme entre las sábanas. Menuda suerte la mía, con lo que me gustaba dormir.

Unas horas después, cuando me levanté, fui a dar un paso por el centro. Quería ir a ver una librería que había visto por internet de libros de segunda mano. Al parecer, por el módico precio de diez euros te podías llevar la enorme cantidad de cinco libros. ¡Era una ganga que gritaba mi nombre!

Fui andando hasta allí, la verdad es que fue un paseo largo, pero mereció la pena. Estaba soleado y las calles no se encontraban demasiado concurridas. Al entrar en la librería casi me puse a saltar al ver la de estanterías que había repletas de libros. Tras saludar al dependiente me adentré en la sección de misterio. Y después en la de novela histórica, y en la de romance, y en la acción, y en la de libros en inglés. Dos horas más tarde salí con una bolsa en la mano y tres libros en perfectas condiciones con muchas historias que contar.

Ni de risa pensaba volver andando, así que me acerqué a la parada de autobús que había a tan sólo unos metros. Comprobé que el bus me dejaba cerca del hotel y me senté a esperar. Cuando le contara a Susana que me acababa de comprar tres libros por cinco euros iba a alucinar. ¡Yo aún estaba alucinando! De ahora en adelante no volvería a comprar ni un solo libro nuevo.

Subí al autobús y saludé al conductor antes de pasar al fondo. Afortunadamente había un asiento libre de modo que lo tomé. Coloqué la bolsa en mi regazo y saqué una de mis nuevas adquisiciones para admirarlo. "El Código Da Vinci" de Dan Brown. Como casi cualquier persona en el mundo había visto la peli, pero nunca había leído el libro y tenía un montón de ganas de hacerlo. Lo abrí como por octava vez desde que lo cogí de la estantería y me deleité con el olor de las hojas.

Me encantaba.

Pasé al siguiente e hice lo mismo, solo que en ese me topé con un pequeño post-it en una de las páginas. ¿Cómo no lo había visto antes? Lo tomé entre mis dedos y fruncí el ceño al ver que tenía algo escrito. Obviamente me apresuré a leerlo.

«¡Enhorabuena! Tienes un gusto excelente en libros. Este es personalmente mi favorito, así que espero que lo disfrutes tanto como yo. Te deseo todo lo mejor. »

Vaya. La verdad es que me esperaba otra cosa, pero esa notita era definitivamente mejor que cualquier cotilleo que yo pudiera haber llegado a imaginarme. Una persona desconocida me había sacado una sonrisa con algo tan simple como un trozo de papel, y yo quería hacer lo mismo. Pensaba meter una notita en los libros que vendiese para que otra gente se llevase la misma alegría que yo. Estaba decidido.

La prolongada conversación del conductor con una chica joven llamó mi atención pues la gente murmuraba. Sólo habíamos avanzado dos paradas, ¿tan pronto surgían los problemas? Al igual que el resto de los pasajeros observé la escena con curiosidad. Al parecer el conductor no dejaba subir a la chica porque no tenía tarjeta de transporte y había algún problema con el dinero. Cuando esta soltó una maldición en inglés sobre que el empleado no la entendía, decidí que debía intervenir.

Me levanté del asiento con mis libros y me abrí paso hasta allí.

—Hola, te oído hablar en inglés, ¿necesitas ayuda? —pregunté amablemente en el que debía ser su idioma.

La chica, que no debía ser mayor que yo, me miró con sorpresa al principio. Era más o menos de mi misma altura, con el pelo castaño que le caía en ondas abiertas y los ojos verdes.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora