CAPÍTULO III

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Maratón 1/3
3. Las casualidades no existen, se crean.

BRIDGET

Me desperté bastante bien, teniendo en cuenta las copas que me tomé anoche. Tenía mucha sed pero la cabeza no me dolía, tan solo la notaba un poco más pesada que de costumbre. Salí al pasillo y andé descalza hasta la cocina. Susana siempre me regañaba porque decía que era un mal ejemplo para Mateo.

—Buenos días, ¿qué tal te fue anoche? —preguntó Susi con una taza de café en las manos.

Los recuerdos del día anterior volaron a mi mente. Desde la partida que gané hasta el beso con Aaron. Y qué beso, no lo olvidaría en años. También recodé a la chica que me felicitó cuando fui a por el dinero, qué maja.

—Bien —respondí. Abrí la nevera para sacar la leche y desayunar, me moría de hambre.

—¿Y ya está? ¿No piensas darme más información? —dijo estupefacta.

—Pues claro que sí, tonta. Pero primero quiero comer. Dame una de esas magdalenas con chocolate anda —le pedí al ver que estaba al lado del mueble donde las guardábamos. Puso los ojos en blanco pero enseguida me las tendió.

Me senté en la pequeña mesa y Susana me imitó. Me dejó comerme una magdalena hasta que no aguantó más y explotó como las palomitas en el microondas.

—¿Ganaste dinero?

—Oh, sí, nena. Mil cincuenta.

A mi hermana de mentira casi se le salen los ojos de las órbitas. Ni siquiera sé cómo no se echó el café por encima.

—Cuando te dije que te ibas a ganar una buena pasta no... no lo decía enserio. Era una broma —balbuceó ojiplática.

—Pero se cumplió. Así que el hospital de mi padre está pagado y tú le podrás comprar algún juguete a Mateo —sentencié mientras recuperaba mi preciada magdalena.

—Pero niña, ¿te estás oyendo? ¡Mil cincuenta!

—Calla que vas a despertar a Mateo —la reñí.

—Tienes razón. ¿Te vas ahora? —quiso saber al ver que me levantaba de la mesa.

Guardé la taza usada en el lavavajillas y tiré el envoltorio de plástico a la basura. Me di la vuelta y me incliné para depositar un suave beso en la mejilla de Susi.

—Sí, sabes que sino llego tarde al hotel. Luego te lo cuento todo con pelos y señales. Ah, y dale los buenos días a Mateo de mi parte.

—Por supuesto.

Entré de nuevo en la habitación y me cambié de ropa rápidamente. Me lavé los dientes y agarré el bolso y las llaves del coche. Al pasar por la cocina Susi me detuvo para darme una botella de agua.

—Gracias.

—Qué tengas un buen día, te quiero.

—Te quiero.

Cerré la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido y bajé las escaleras con rapidez. Al llegar a la calle vi que mi Seat León no estaba aparcado donde debería y me quedé paralizada en el sitio. ¡Oh, mierda! Seguía en el casino. Empecé a andar hacia la avenida y vi de lejos venir un autobús que casualmente me dejaba cerca. Lo cogí y me senté al lado de la ventana que estaba abierta. Aproveché para beberme el agua que me había dado Susana; siempre me quitaba el dolor de cabeza posterior a una noche de alcohol.

Diez minutos más tarde estaba arrancando mi coche y maldiciéndome a mí misma por la decisión que había tomado. ¡Iba a llegar súper tarde! Dios, no podían despedirme. Me salté un semáforo en rojo por los pelos y anduve el resto del camino hasta el hotel muerta de miedo. Seguro que me iba a pasar el día en el calabozo. Y además me quedaría en el paro.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora