CAPÍTULO XLI

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41. Cambios.

BRIDGET

Llegaba la parte complicada. La que todo el mundo desearía saltarse, hacer como si no existiera: darle semejante noticia a la familia. Aaron me dejó en casa y después de asegurarle seis veces que prefería hacerlo sola —por si Susana y Mateo decidían atacarle o algo parecido— y de que le llamaría si lo necesitaba, al final se fue.

Cerré la puerta detrás de mí y olí al instante las tostadas de tomate de mi amiga. Dejar que terminase de desayunar sonaba como una idea magnífica. Seguro que no se enfadaba tanto si tenía el estómago lleno. No había rastro de Mateo por ninguna parte, de modo que supuse que continuaría durmiendo.

—Hola —saludé, asomándome a la cocina.

Susana bajó la taza de la que bebía para saludarme. Me acerqué a la pequeña mesita en donde estaba y le di un beso en la mejilla como saludo.

—¿Qué tal te fue? —se interesó.

—Bien.

—¿Solo bien? No sé, esperaba una respuesta más entusiasta, algo así como: gracias Susana eres la mejor, no podría vivir sin ti.

Sonreí y apoyé la cadera en la encimera. Desgraciadamente, nuestra cocina no era tan grande como la de Aaron o cualquier otra persona millonaria. Tan solo teníamos una pequeña mesa plegable en donde solíamos desayunar de manera individual con una única silla. El resto de comidas las realizábamos los tres juntos en la mesa del salón. A mí me gustaba nuestra cocina, todo estaba cerca.

—Es que tengo sentimientos contradictorios —admití.

—¿Eh? ¿Por qué?

Negué y le señalé la comida con un gesto de cabeza.

—Después te cuento, termina de desayunar. ¿Qué tal lo pasasteis?

—Genial, pero ahora necesito que me lo cuentes —insistió, girando unos centímetros la silla para quedar frente a frente.

Sabía que me tendría que haber callado, nunca era capaz de cerrar la boca cuando debía.

—¿Cuántas veces te subiste al grillo?

—Cinco y no cambies de tema —respondió más seria—. ¿Qué ha ocurrido?

Pues menos mal que le daba miedo la atracción. Respiré hondo y comencé a confesar.

—Solicité una plaza para un posgrado y me han aceptado.

—¡Enhorabuena, reina! —Aplaudió y agarró de nuevo la tostada—. ¿Cuál es el problema? ¿Ya no te gusta el que aplicaste?

Se había llenado la boca de comida y decidí alargar un poco más mis respuestas para que le diera tiempo a tragar y no muriese atragantada.

—Eh, no. Más bien que la universidad está un poco lejos.

Susana achicó los ojos y volvió a centrar toda su atención en mí. Creo que empezaba a sospechar un poco.

—¿Cómo de lejos? —inquirió.

—En Nueva York —confesé—. ¿Sorpresa?

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora