CAPÍTULO VII

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7. Lanzamiento olímpico de bolígrafos.

BRIDGET

Hacía un día precioso. El sol brillaba radiante en lo alto del cielo que se encontraba completamente azul, ¿y qué haríamos nosotros? Encerrarnos en unas oficinas a pasar el día. Sí, sonaba súper divertido. Además, por la tarde, tendríamos que ir a la fiesta de inauguración y todo ese rollo de gente rica. ¿No era mejor ir a pasar el día a un parque o algo? Hacer un picnic y jugar con la pelota me parecía mil veces mejor plan. En fin, cosas de gente de clase alta que nunca comprendería.

Una vez en la recepción busqué a Aaron con la mirada, la verdad es que era un espacio muy amplio. Le divisé cerca de la puerta, con un hombro apoyado en la pared y observando el móvil de manera despreocupada. Hasta parecía una persona normal. ¿Por qué narices me tenía que haber tocado un jefe tan guapo? No era justo, me sentía atraída hacia él por culpa de las malditas hormonas y no podía hacer nada para evitarlo. Sobretodo después de la visita turística de ayer, donde pude conocerle un pelín mejor sin las presiones del trabajo.

—¡Buenos días! —canturreé feliz. Ver brillar el sol en el cielo me proporcionaba energía extra, igual que cuando llovía me sentía más triste. Eran cosas del tiempo.

Aaron levantó la mirada del móvil enseguida y me observó con la ceja enarcada, curioso. Como si no comprendiera que una persona pudiera tener esa energía por la mañana. Por suerte para él, acaba de conocerme a mí, que era la excepción a muchas reglas. Guardó el móvil en un bolsillo interior de su americana azul marino y se incorporó.

—¿Lista? —preguntó.

—Supongo.

Estaba nerviosa, me daba mucho miedo cagarla o que pensaran que mi trabajo no era lo suficientemente bueno. Había hecho una lista mental de todos los puntos que quería tocar acerca de las mejoras, y pensaba desarrollarlos en el ordenador en cuanto llegara. Solo esperaba que no se arrepintieran de tenerme como empleada, el trabajo me venía como anillo al dedo.

Al salir a la calle había un coche negro esperando por nosotros, pero esta vez Aaron no sería quien se pondría tras el volante, un chofer se encargaba ya de eso. Subí a la parte trasera junto con mi jefe y saludé cordialmente al conductor. Él me respondió igual de agradable y segundos después se puso en marcha.

Aaron iba mirando con concentración la pantalla del móvil, seguramente cosas de la empresa o relacionadas con el mundo de los negocios. La verdad es que a mí me daba igual, tenía pinta de ser aburrido. Aproveché para sacar también el mío y escribir a Susana y a mi padre. Entré en las redes sociales para hacer tiempo y después me dediqué a observar el paisaje a través de la ventana en silencio.

Sabía que Aaron no mantendría una conversación conmigo, a penas llevaba dos días y medio con él pero eso había bastado para que me diera cuenta de que cuando se trataba de la empresa, se volvía más hermético, más distante. Desconocía el motivo, si era porque odiaba su trabajo o porque ser frío le ayudaba a mejorar en el mismo, el caso, es que se ponía en modo empresario serio y no salía de él hasta que no se acababa su jornada laboral. Así que pensé en hablar con el chófer, parecía un hombre majo.

—Disculpe si le molesto señor, ¿pero ha estado más veces por Madrid? Parece conocer bien las calles.

Sabía que era extranjero, antes me respondió con el mismo acento americano que poseía Aaron. Me miró rápidamente por el retrovisor, con su semblante serio desapareciendo, dejando lugar a uno más alegre. En el fondo quería hablar conmigo.

—Mi mujer nació en España, así que solíamos venir a menudo. ¿Qué hay de usted, es su primera vez?

—Llámeme Bridget, por favor, cumplí los veintiuno hace poco, aún soy joven —pedí—. Y no, no es mi primera vez.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora