14. Problemas en los negocios.
AARON
Cuando Bridget salió aquella mañana de la oficina, mi vida volvió a ser la misma de siempre. Casi como si estuviera esperando, mi padre me llamó el día de después para que regresara a Nueva York. Había surgido un serio problema que no quería tratar por teléfono.
Me subí al avión privado horas más tarde, bastante cabreado. No tenía ganas de ponerme a solucionar nada en ese instante. Me dediqué a observar cómo se movían las nubes a través de la ventanilla hasta que la azafata se acercó.
—¿Desea algo de beber, señor? —preguntó con voz coqueta.
Le di un repaso visual de arriba abajo. Estaba muy buena y ella lo sabía, llevaba la falda algo más corta de lo normal y el escote más abierto. Conocía de sobra lo que pretendía, estaba demasiado acostumbrado a que tratasen de seducirme de esa manera.
—Un vaso de whisky estará bien —le respondí en un tono neutro y volví a mi súper interesante tarea de mirar por la ventanilla.
—Enseguida, señor —escuché que decía antes de desaparecer por el pasillo.
¿A qué se referiría Bridget con "sus reglas"? Para ser sinceros, esperé que me escribiera un mensaje, o un correo, lo que fuera, especificando sus normas. Pero no lo hizo y eso me enfureció. A mí nadie me rechazaba y menos aún imponía reglas. Las mujeres se peleaban por mí, no se atreverían a llevarme la contraria. Y sin embargo, ella lo hizo.
—Aquí tiene —depositó el vaso en la mesa inclinándose lo suficiente como para que pudiera apreciar bien sus pechos.
Hace unas semanas me la habría follado en el baño, pero ahora ni siquiera tenía ganas. Por muy cabreado que me tuviera cierta chica española al llevarme la contraria, la verdad era que no podía dejar de pensar en ese carácter tan suyo. Esta chica, Pamela según la plaquita que llevaba, no tenía incontinencia verbal ni una lengua afilada. Más bien trataba de decir lo que supuestamente yo quería escuchar.
Y estaba harto de eso, de la falsedad.
—Puedes retirarte —ordené.
Pamela asintió, aunque no se mostraba contenta por mis palabras. Lo importante es que desapareció de mi vista y no volví a verla hasta la hora del aterrizaje. Timothée bajó primero y fue preparando el coche mientras yo recogía el maletín y me ponía las gafas de sol. Nada más poner un pie en la pista de aterrizaje, mi teléfono comenzó a sonar. Lo saqué del bolsillo de mi americana exasperado y acepté la llamada sin mirar quién era.
—¿Sí? —pregunté sin ningunas ganas de hablar antes de subirme al coche.
—¿Cuánto te queda para llegar a la empresa? —demandó mi padre.
—Sí, hola papá. El vuelo bien, no nos hemos estrellado —respondí con ironía.
—No estarías hablando conmigo si hubiera sucedido. Déjate de tonterías y ven a mi oficina, tenemos asuntos importantes que resolver.
Y colgó.
Mentiría si dijera que no estaba acostumbrado, mi padre era así. Llevar una empresa de semejante envergadura era complicado, así que él era un hombre complicado. En cuanto se trataba de trabajo... ya podías olvidarte de que erais familia, él no lo tendría en cuenta. Broncas monumentales habían surgido con mi madre por este mismo motivo.
El horroroso y típico tráfico de Nueva York hizo que nos retrasáramos un poco, y yo por primera vez en mi vida lo agradecí. No quería poner un pie en la empresa, mi cerebro aún seguía en modo vacaciones y se negaba a cooperar. Utilicé el tiempo que duró el trayecto para buscar noticias en Internet, por si me daban alguna pista de lo que había sucedido, pero no tuve buena suerte.
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AARON ©
RomanceBridget es alegría, entusiasmo y corazón. Aaron, egocentrismo y chulería. Tan sólo basta una mirada a través de la barra para que dos mundos completamente distintos se unan. ¿Pero cómo reacciona un hombre acostumbrado a tenerlo todo al rechazo? ¿...