CAPÍTULO LV

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55. Aquí se acaba todo.

BRIDGET

Definitivamente, aquella no estaba siendo mi semana. Después de que todos mis seres queridos regresaran a sus casas, la rutina volvió a ocupar su lugar. Tuve mis primeras reuniones como persona a cargo de los hoteles, y aunque William asistió a la primera conmigo, no fue suficiente para hacer que Peyton cerrase su boca. Si no cuestionó todas mis decisiones, no cuestionó ninguna. Al final, acabé bastante hasta las narices de ella y le dije delante de todo el mundo que no estaba pidiendo su opinión, sino que simplemente tenía la cortesía de informarle de mis planes porque se vería beneficiada de ellos. Punto. Después de eso, he de decir que no volvió a interrumpirme, cosa que agradecí.

Aunque ya habían pasado tres días de aquello, seguía teniendo la constante sensación de que las cosas me saldrían mal por mucho esfuerzo que pusiera al realizarlas. Con Peyton más pendiente de mí que de su infinita colección de zapatos, aquello tendría que explotar tarde o temprano. Y sentía que sería temprano, últimamente ni siquiera soportaba que respirara cerca de mí.

La mañana del día siguiente, me mordí el labio mirando fijamente el trozo de tarta de chocolate que había frente a mí. No era el primero que aparecía mágicamente sobre el mármol de la isla en la cocina. De hecho, llevaba recibiendo todo tipo de dulces desde hacía una semana. No lo entendía, no había hecho nada para merecerlos. De acuerdo, podía recibir uno como detalle, pero Aaron me había estado atiborrado con ellos en los últimos días y solo se me ocurrían dos explicaciones.

La primera era que quería engordarme como a Hansel y Gretel para luego comerme. La segunda, y por la que me inclinaba, que había pasado algo y era su forma de disculparse. ¿A lo mejor se arrepentía de haberse casado tan pronto y me estaba regalando tartas y bizcochos para que la sugerencia de un divorcio no me sentase tan mal? ¿Se sentía culpable por haber hecho algo que no debía? ¿Me... me habría sido infiel?

Empujé el plato con la tarta lejos de mí, estaba siendo náuseas de solo mirarlo. Había tratado de preguntarle de qué iba todo esto en varias ocasiones, pero siempre era tan atento y tierno que perdía la concentración.

Era más que obvio que algo no iba bien, llevaba siete días comportándose de manera diferente. Me consentía más de lo normal, se preocupaba por el mínimo detalle, estaba todo el tiempo asegurándose de que estaba bien y de que no necesitaba nada.

Y no me gustaba. Yo quería a mi Aaron de siempre de vuelta.

Cómo si mis pensamientos le hubieran invocado, entró en la cocina revisando correos desde su teléfono móvil. Me dio un beso en el cabello y al levantar la mirada vio que mi pieza de tarta estaba intacta.

—¿No te gusta?

—No la quiero —expliqué, observando cada detalle del mármol para no someterme a su escrutinio.

—Tendría que haber encargado muffins con relleno de...

—No —le interrumpí, levantándome del taburete. Me miró confundido y procedí a decir lo que quería—. No quiero más dulces.

—¿Te has cansado de ellos? ¿Prefieres algo salado?

—Quiero que dejes de hacerlo —admití molesta—. Y que me digas qué bicho te ha picado de repente.

—Ninguno. Tan solo sé lo mucho que le encantan a mi mujer los dulces y pensé en darle alguno.

—¿De la nada? ¿Y todas las mañanas? —inquirí—. Más bien parece que quieres decirme algo y que no me lo tome mal.

—Claro que no. Es un simple detalle y estás viendo más allá.

—No, no lo hago —insistí. Conocía a Aaron y sabía que no era eso—. Te pasas el día tratándome como si quisieras ganarte mi perdón y regalándome chocolate. ¿Qué has hecho?

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora