CAPÍTULO II

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2. El Rey del casino siempre gana.

AARON

El trayecto hasta la empresa se hizo más largo de lo que debería. El tráfico de Nueva York era una de las cosas que más odiaba en el mundo. Atravesé las puertas de cristal y saludé con una sonrisa a la secretaria que siempre se sonrojaba al verme. Esa reacción se había convertido ya en parte de mi día a día. Les gustaba a las mujeres, y a mí me gustaban ellas.

Tuve suerte y no necesité esperar al ascensor. Pulsé la tecla 89 y tan sólo unos minutos más tarde estaba recorriendo el pasillo hacia el despacho de mi padre. Me pidió ayer de que pasara a verle, cuánto antes cerrásemos las cosas mejor, dijo. Así que llamé a la enorme puerta de roble que gritaba "sí, este es el despacho del jefazo" y entré después de escuchar su voz indicándome que lo hiciera.

—Siéntate, Aaron —me pidió de manera calmada, señalando una de las sillas que había frente a él. Desabroché el botón de mi americana en un hábil gesto y tomé asiento.

A mis veintiséis años recién cumplidos podía afirmar que mi padre, por fin, confiaba en mí. A pesar de ser un as en mi trabajo como CFO, más comúnmente conocido como Director Financiero, mi padre nunca me había asignado ninguna tarea de esta envergadura.

Abríamos por fin una sede en España y, de todos sus trabajadores, me mandaba a mí a supervisarla. Claro que no sería algo permanente, tan sólo durante un tiempo en el que todo se normalizara.

La empresa se dedicaba en un principio a las finanzas e inversiones en Bolsa. Mi padre la manejó tan bien que en muy poco tiempo le empezó a llover el dinero. Cómo no sabía que hacer con tanto, decidió sorprender un día a mi madre, una amante de los hoteles, comprando una cadena de Resorts. En menos de siete años la gente ya hablaba de ellos como "hoteles de lujo". El dinero siguió aumentando y compramos otras empresas más pequeñas pero no por ello menos importantes, hasta construir el Imperio que suponía hoy en día Wallace Inc.

—¿Por qué tengo la sensación de que harás de las tuyas? —preguntó con un atisbo de sonrisa apareciendo en sus labios.

Como iba a permanecer por España un buen tiempo, visitaría de manera rápida el resto de nuestros negocios para comprobar que todo estaba en orden. Esos negocios podían ser también llamados hoteles en la Costa del Sol, mi lugar favorito del país. Tenía muy buenos contactos en Marbella y no me llamaban El Rey del Casino por nada.

"De las mías" podía significar varias cosas, pero en este caso solo sería diversión y dinero extra que no necesitaba.

—Porque pienso hacerlas —le respondí con una sonrisa ladina—. Pero no te preocupes, todo estará bien.

—Sé que no habrá problemas con la empresa —aclaró—, lo que no quiero es arrepentirme de mandarte a ti.

Ya empezamos.

—Padre, sabes que nadie lo hará como yo. —Para bien como para mal, quise añadir pero supe callarme a tiempo. Mis noches de juerga estaban en juego.

Soltó un suspiro y se relajó en el sillón.

—Como odio que lleves la razón. El avión sale esta noche, a las ocho. Y recuerda el discurso de la gala.

El puto discurso era otra de las cosas que más odiaba. De hecho ni siquiera lo tenía preparado pero aún había tiempo de sobra.

—Por supuesto.

Supe que eso era todo porque con esta reunión, mi padre tan sólo quería asegurarse de qué comprendía el peso que ahora cargaba sobre mis hombros.

—Y ni se te ocurra hacer algo que enloquezca a tu madre. Sabes que no la aguanto cuando se pone así.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora