CAPÍTULO XLIX

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49. El principio del fin.

BRIDGET

Volver a la realidad no fue tan aterrador como pensé que sería al despedirnos de Tessa y George. La esterilización de Ron había ido muy bien, al principio se golpeaba contra los muebles o las puertas por culpa de la anestesia y el collarín, pero lo superó rápido. En la empresa nadie me dijo nada por estar saliendo con Aaron, y seguí quedando con Jasmine y Zack para comer, como había estado haciendo antes de la noticia.

Nada parecía ir mal, de hecho, todo lo contrario. Había hablado con Kiara esa misma mañana, que me llamó para invitarnos a cenar el jueves con el resto de la familia por Acción de Gracias. Dylan y Peyton también vendrían, al parecer llevaban varios años acompañando a la familia Wallace en esa fecha. Le aseguré que tanto su hijo como yo estaríamos allí a las seis.

Escuché como la puerta de la sala del archivo se abría, pero yo seguí a lo mío. Estaba buscando unos documentos que necesitaba para comprobar las cuentas y poder realizar el presupuesto, quería entregarlo antes de irme a comer.

—Bridget.

Cuando la voz de William inundó la habitación mis manos se congelaron sobre los folios que estaba mirando.

Obviamente, no podías decir que todo estaba yendo genial. Eres una gafe.

Guardé las hojas en la carpeta antes de girarme. De ese modo, aprovechaba para mentalizarme de la conversación que íbamos a volver a tener acerca de mí dejando a su hijo a cambio de dinero. Posé las manos en mis caderas, molesta porque tuviera la poca vergüenza de volver a presentarse para insistir con lo mismo. Tal vez le estaba dando una imagen de persona soberbia o maleducada, pero cuando me enfadaba no pensaba demasiado en las consecuencias de mis acciones.

Y William me enfadaba con tan solo respirar.

—Señor Wallace —hablé en un tono neutro, al fin y al cabo era mi suegro—. ¿Qué se le ofrece?

—Tan solo una breve charla —aseguró—. ¿Vendrás a la cena del jueves?

—Por supuesto, ¿por qué no lo haría?

Bien, tal vez estaba actuando demasiado a la defensiva, pero la sola idea de que él no me quisiera tener allí, en su casa con su familia, con su hijo... me ponía la sangre a hervir.

—De acuerdo, comprendo que sientas cierta animadversión hacia mí, pero...

—Cierta animadversión —repetí incrédula—. ¿De verdad se cree usted eso?

—Hablé con mis padres cuando os marchasteis de Nashville —dijo, cambiando radicalmente de tema—. Quiero pedirte disculpas por mis desafortunados comentarios.

Oh, ¿en serio? Menuda sorpresa.

—Deberías pedirle disculpas a tu hijo, no a mí.

Recogí la carpeta completa, ya me pondría a buscar los folios que necesitaba en mi mesa, pero no iba a permanecer un segundo más en aquella sala.

—Lo sé, pero no es tan fácil.

Clavé mis ojos como dagas en los suyos y no aparté la mirada mientras rodeaba la mesa para marcharme.

—Sí que lo es, acabas de decirlo hace dos segundos.

—Bridget —me llamó—. Necesitaba saber que podía confiar en ti.

Sus palabras calaron en lo más hondo de mí, dejándome como una estatua en el sitio. Giré sobre mis talones para encararlo, y en esta ocasión la fría y distante máscara que siempre portaban sus ojos había desaparecido. Ahora se veía como una persona completamente diferente, dolido, perdido.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora