38. París.
BRIDGET
Era mi cumpleaños.
Susana y Mateo me despertaron cantando el cumpleaños feliz con una magdalena en la mano que tenía clavada una vela. Pedí un deseo antes de cerrar los ojos y soplar. Todo fue muy bien, hasta el café que me tomé con mi madre en una cafetería por la mañana.
Al principio era bastante reacia a ir, pero Aaron tenía razón. Como siempre. Ella había dado un gran primer paso, por lo menos se merecía que la escuchase. Independientemente de que para mí fuera casi una extraña, pues apenas tenía recuerdos de ella. Razón de más para conversar un poco y conocernos mejor. Aunque nada de eso significaba que yo le hubiese perdonado todo lo ocurrido, sino que lo estaba intentando. Estaba tendiendo un puente entre nosotras para ver cómo podrían ser las cosas.
Unas horas después comimos todos juntos en el chiringuito de los padres de Susana, que me compraron una deliciosa tarta de chocolate. Sabían que me encantaba el chocolate.
Por la tarde, en torno a la hora de la merienda, se acercaron Patricia, Lucía y Raúl a casa para darme los regalos que me habían comprado. Dani no pudo venir porque estaba fuera de la ciudad visitando a sus tíos, pero prometió que lo haría en cuanto regresara. Habíamos arreglado las cosas, más o menos.
Me encantaba mi cumpleaños, estaba pletórica, tanto que me puse a saltar con Mateo en la cama. El pequeño se tronchaba de la risa mientras brincábamos agarrados de la mano, sus rizos volando en todas las direcciones.
—¡Bridget! —exclamó Susi, irrumpiendo en la habitación—. Deja de malcriar a mi hijo.
—¡Pero mami, es su cumple! —protestó mi caramelito—. Puede hacer lo que quiera.
Una sonrisa aún más grande si cabía se extendió por mi rostro. Ese era mi niño.
—¿Has oído, mami? Puedo hacer lo que quiera —repetí, mirando a Susana con una mueca burlona.
Susi puso los ojos en blanco, aunque sabía que no estaba enfadada. La conocía demasiado bien. Se dio la vuelta y desapareció por el pasillo. Mateo me miró de reojo y segundos después volvimos a saltar sobre el colchón.
Por la noche, mi móvil comenzó a sonar después de la cena. Me levanté del sofá para cogerlo. Era Aaron.
—Hola —respondí sorprendida.
No esperaba que me llamara, al menos, no a estas alturas. Confieso que al principio no paré de pensar en si se acordaría y comprobaba constantemente los nuevos mensajes, esperando que alguno fuera suyo.
—Felices veintidós, Maia. No he podido llamarte antes y no me apetecía mandarte un mensaje, me perdería tu reacción —explicó.
Mordí mi carrillo al escuchar mi segundo nombre, el que me puso mi madre. A mí nunca me había gustado, y sin embargo Aaron lo usó en dos ocasiones y no me morí. Y cuando mamá se refirió a mí de esa forma, tampoco ocurrió nada catastrófico. Supongo que el motivo por el que lo odiaba era porque me recordaba a ella. Ahora que había medio superado la fase del rencor, no me importaba tanto. De hecho, me parecía una tontería. Aunque por supuesto no le pediría a nadie que me llamase de esa forma.
—Ya veo, muchas gracias.
—Tienes mi regalo en el correo, ¿lo has visto?
¿Cómo? ¿Su regalo? ¡¿Me había hecho un regalo?! Me contuve para no comportarme como una niña pequeña con una sobredosis de azúcar, aunque estaba demasiado emocionada.
—No... ¿en el e-mail? —traté de asegurarme.
—Ajá.
—No sé que es, pero no tenías que molestarte —hablé mientras alejaba el móvil de mi oreja para entrar en la aplicación que había dicho.
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AARON ©
RomantizmBridget es alegría, entusiasmo y corazón. Aaron, egocentrismo y chulería. Tan sólo basta una mirada a través de la barra para que dos mundos completamente distintos se unan. ¿Pero cómo reacciona un hombre acostumbrado a tenerlo todo al rechazo? ¿...