CAPÍTULO XXXIII

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33. Un nuevo inquilino.

BRIDGET

Llamé a la puerta cuando Aaron se fue. Escuché la voz de Brooke que me invitaba a pasar, y tras respirar hondo me adentré en la habitación. Ayer desaparecí y no de la mejor manera precisamente, y tras todo el esfuerzo que había puesto Brooke en aquel día ahora me sentía súper mal. Solo esperaba que no estuviera demasiado enfadada conmigo.

—¿Bridget? —balbuceó, mirándome como si fuera un fantasma. Estaba sentada en el escritorio, con una máquina de coser entre sus manos—. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido con Aaron?

—Sí, él acaba de irse a trabajar —respondí, aún cerca de la puerta—. Le pedí que me trajera porque quería hablar conmigo. Venía a disculparme por lo de anoche. Te curraste un montón todo y al final yo lo fastidié desapareciendo y preocupándoos. Lo siento mucho.

Brooke todavía parecía que no se creía que estuviera ahí. Se levantó de la silla y caminó a paso lento hasta donde me encontraba. Entonces se lanzó contra mí y me envolvió en un abrazo que sentía que no me merecía.

—Dios, me alegro tanto de que estés bien. Me preocupaba que te hubiera pasado algo al ir tú sola por ahí, no vuelvas a hacer eso ¿quieres?

Asentí con la cabeza contra su hombro y la rodeé también.

—Lo siento —volví a disculparme—, no fue una buena manera de agradecerte tu esfuerzo, pero es que necesitaba un momento a solas.

—Lo entiendo, no pasa nada —aseguró separándose—. Todos necesitamos tiempo a solas a veces. Además, sé perfectamente cómo puedes agradecérmelo.

—¿Cómo?

—¿Quieres ayudarme a hacer un vestido para una gala benéfica? —sugirió.

—¡Claro! —respondí emocionada. Hasta que caí en algo—. Pero... yo no tengo ni idea de cómo hacer un vestido.

—No pasa nada, improvisaremos sobre la marcha —aseguró. Se sentó de nuevo en la silla y me indicó que hiciera lo mismo a su lado en otra que había.

—Tu habitación es muy bonita —dije, oteando la sala.

Las paredes eran de un rosa muy muy claro, los muebles blancos y los detalles como los cojines en tonos más oscuros como el rosa pastel o el lavanda. Tenía una cama de matrimonio, dos maniquíes y un tocador con un espejo lleno de luces. Parecía un cuarto de película.

—Gracias, ya sabes que es cosa de mi madre —repuso, quitándole importancia.

—¿En qué consiste la gala? —me interesé.

—Es una recaudación de fondos para la educación de los niños que no tienen acceso a ella —explicó—. Yo me ofrecí a hacer los vestidos de algunas asistentes. Es para fomentar el trabajo y el reconocimiento de pequeños diseñadores. No habrá ningún vestido Gucci, ni Valentino, ni Armani, todo será de diseñadores poco conocidos.

—Bueno, tú no eres precisamente poco conocida —apunté. Su familia era de las más importantes de todo Estados Unidos.

—En el mundo de la moda sí lo soy.

—Bueno, pero con el talento que tienes no tardarás en triunfar. Y yo seré la presidenta de tu club de fans —aseguré.

Mi comentario provocó unas carcajadas melodiosas en Brooke, que tras negar con la cabeza me indicó de qué maneras podía ayudarla. Eran todos trabajos sencillos en los cuales no podía estropear nada, cosa que agradecía porque lo mío no eran las manualidades sino los idiomas, la historia y las empresas.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora