CAPÍTULO LIV

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54. Los regalos de Navidad.

BRIDGET

Al fin había llegado la mejor época del año: la Navidad.

Me levanté de un salto de la cama, tremendamente feliz. Ni siquiera me hizo falta usar el despertador. El día anterior había hecho una lista de cosas que realizar hoy, junto con todo lo que debíamos comprar. Incluso, le tomé una foto con el móvil por si se me perdía. Ya nada podría fastidiar este día, ¡estaba tan emocionada!

—No tienes que jurarlo —murmuró Aaron, terminando de despertarse.

—¿Lo he dicho en voz alta?

—¿Tú qué crees?

—Que sí. —Sonreí. Me arrodillé en el colchón y retiré el edredón de su cuerpo, agarrándole de la muñeca para tirar de él—. ¡Vamos, llegaremos tarde!

—No se puede llegar tarde a hacer la compra, Bridget —respondió con paciencia.

En el transcurso de tres días, me lo había repetido decenas de veces. Sin embargo, él no entendía que había planificado el día de manera que no pasáramos más de una hora y media por tienda, porque debíamos visitar varias diferentes por la mañana, y montarlo todo en casa por la tarde para poder salir a la noche.

Lo admito, había recibido ayuda de Jasmine para esto.

—¡Pero nos quitarán los mejores adornos de Navidad! —protesté—. ¡Los mejores árboles! Vamos, vamos, vamoooos.

Apenas me hizo caso, por lo que me puse de pie sobre la cama y comencé a saltar. Si quería estar cómodo, no iba a permitírselo. Debíamos hacer las compras de Navidad mientras escuchábamos los villancicos de fondo que ponían en las tiendas. Y también teníamos que ir a ver el edificio Rockefeller y patinar en la pista de hielo que montaban todos los años, y los escaparates de los grandes almacenes Saks, y tomar chocolate caliente...

—Eres peor que una niña pequeña —musitó entretenido.

—Eso lo dices porque no me viste de pequeña —rebatí con una sonrisa traviesa sin dejar de saltar.

—Estate quieta.

Me agarró del tobillo y tiró de él, provocando que mi trasero aterrizase sobre el blandito colchón. Sin previo aviso, se colocó sobre mí para hacerme cosquillas en las costillas. Él no  lo había confesado nunca, pero en el fondo le molestaba que saltase en la cama. Por eso, cada vez que deseaba que me hiciera caso como en aquella ocasión, lo hacía. ¿Había trucos mejores? Sí, seguramente más maduros también. ¿Eran igual de divertidos? No, ni por asomo.

—¡Para! Vamos a llegar tarde.

Las ganas de salir y disfrutar de la Navidad en Nueva York me debieron proporcionar una fuerza que no tenía, porque fui capaz de empujar a Aaron y sentarme sobre él, dándonos la vuelta.

—Qué guapo estás —comenté, alisando las arrugas inexistentes del pecho de su pijama navideño a juego con el mío.

Por supuesto, le había obligado a llevarlo. Bueno, tal vez obligado no era la palabra, porque apenas tuve que insistir. La culpa era suya por hacerme caso siempre.

Alzó una ceja y llevó ambas manos a su nuca, acomodándose de nuevo. ¿Por qué siempre era tan responsable menos cuando de verdad debía serlo? Me apoyé en el colchón para inclinarme hacia delante y darle un rápido beso en los labios.

—Te compraré el café que quieras de Starbucks si estás listo en veinte minutos.

—Odio que siempre sepas cómo sobornarme —gruñó.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora