CAPÍTULO IX

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9. Los planes y las decisiones espontáneas son las mejores.

AARON

Me recordaba demasiado a ella, a Ava. En cierto modo, suponía que era por eso por lo que me gustaba estar cerca de Bridget. Dejando a un lado que me moría por meterme entre sus piernas, claro. Pero el caso era que destilaba la misma felicidad que ella, sus ojos brillaban con la misma luz.

Por ello, cuando Bri se marchó al baño, inevitablemente mis dedos cobraron vida y tocaron una de las que fueron sus canciones favoritas, Nuvole Bianche de Ludovico Einaudi. Solía perdírmela mucho cuando no podía dormir y se aparecía por el salón en mi busca, o cuando se sentía especialmente cansada.

La echaba de menos.

A pesar de que la recordaba casi todos los días, no había sido capaz de ir a verla más de dos veces, siendo una de ellas el entierro. Me costaba entrar al cementerio, caminar hasta su tumba y observar la fría lápida de mármol sabiendo que ella descansaba ahí debajo. Era demasiado insensible para mi gusto, no lo soportaba.

Unos tacones repiquetearon en el suelo, acercándose cada vez más, hasta que al final un vestido color perla apareció tras el marco de la puerta. Ascendí la mirada por su cuerpo hasta llegar sus ojos color miel. Estaba apoyada en la pared con los brazos cruzados y un atisbo de sonrisa se dibujaba en esos preciosos labios que me moría por volver a besar.

—¿Te diviertes? —me preguntó entonces.

Fruncí el ceño y me giré completamente para observarla mejor.

—¿A qué viene eso?

—Estás aquí conmigo en una sala vacía, en vez de allí con toda esa gente que se muere por hablar contigo.

—Dirás por hacerme la pelota —corregí.

—Cierto —repuso—. ¿Y te gusta?

—¿Que gente a la que no conozco me halague sin conocerme? Claro, es mi hobby —bromeé.

Bridget puso los ojos en blanco antes de acercarse con lentitud y volver a sentarse a mi lado en el banquillo.

—Entonces, ¿me despedirías si te propongo que nos marchemos de aquí? —preguntó con inocencia.

Una carcajada se escapó de mi garganta. Bridget llevaba tres días obsesionada con comportarse de manera perfecta a mi alrededor al estar en la empresa. Iba siempre con pies de plomo, como si pudiera meter la pata en cualquier momento.

—No pienso echarte a la calle, Bri. Sé que te viene bien el trabajo y todo el mundo está contento con tu labor.

La rubia abrió los ojos sorprendida por mis palabras. ¿De qué se extrañaba? Sólo era un capullo a veces. Además, sí que era verdad que tenía un buen historial. A la gente le encantaba ver cómo lanzaba botellas al aire al preparar sus cócteles. Eso aumentaba las ventas.

—Vaya, gracias —dijo algo avergonzada antes de cambiar de tema—. ¿Y bien? He oído hablar muy bien de una discoteca que no está muy lejos de aquí. Todavía podemos conseguir entradas y no nos podrán pegas por el vestuario...

—Bri —la corté.

Ella automáticamente se mordió el labio inferior para mantenerse en silencio mientras me observaba. Estaba conteniendo la respiración tiesa como una escoba.

—¿Cuál es la dirección?

—¡Sííí! —gritó emocionada, poniéndose de pie de un salto.

Sonreí al ver lo contenta que se había puesto por algo tan simple como acceder a su propuesta. Si alguien le regalara una cadena de hoteles como hizo mi padre con mi madre, lo más probable era que le diera un ataque al corazón.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora