24. Las diferencias son más importantes que las similitudes.
AARON
Cuando Dylan y yo volvimos a mi casa, lo último que me esperaba era ver a Bridget allí. Tenía un aspecto tan inocente con esa falda y las deportivas, con su sonrisa siempre sincera y los ojos brillantes... tuve que hacer un esfuerzo por apartar todos los pensamientos lujuriosos que se me pasaban por la mente.
El problema llegó después, cuando mi querida hermana le dio ese maldito trozo de tela. Encima rojo, ¡rojo! ¿Quería que perdiera toda nuestra fortuna esa noche o qué? Ni de coña iba a poder concentrarme tendiéndola al lado vestida de esa forma. Si ya de normal me costaba ser racional a su lado, ¿qué narices haría esa noche?
Subí al coche y lo puse en marcha en silencio. Cuando Bridget se sentó en la parte trasera con mi hermana apreté el volante con fuerza para distraerme. No quería pensar en la de cosas que podría hacerle ahí detrás si estuviésemos solos.
Durante el camino los que más hablaron fueron Dylan y mi hermana. En realidad, los únicos que lo hicieron. Varias veces miré por el retrovisor a Bridget, pero ella estaba ocupada observando el paisaje que dejábamos atrás con la barbilla apoyada sobre su mano. Volví a concentrarme en la carretera y llegamos al casino poco después.
Los cuatro nos bajamos del coche y le tendí las llaves al chico encargado de aparcarlo. Bridget subió los escalones detrás de Dylan y mi hermana, ¿acaso no le había quedado claro lo que dije? Me puse a su lado y le pregunté:
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Entrar —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.
—Me parece que te dejé bien claro que no te quería lejos de mí —le recordé.
—Y a mí me parece que no te dije que estuviera de acuerdo.
A pesar de lo que me atraía, lograba sacarme de mis casillas con mucha facilidad. Nunca se abstenía de decirme lo que realmente pensaba a pesar de ser yo quien era. Las únicas personas que hacían eso eran mi familia y Dylan. Aunque, él para mí era parte de la familia.
—Bridget... —murmuré, armándome de paciencia.
—¿Qué? ¿No puedo hacer lo que me dé la gana?
No explotes, Aaron, no delante de gente que lo puede subir a internet. Respiré hondo y le dediqué mi mejor sonrisa forzada.
—Sí, pero no aquí, ni hoy. Hazme caso.
Sabía lo que decía. Muchas personas indeseables aparecían en eventos así para ver si podían hacerse con algo. Chicas como mi hermana o Bridget eran, desgraciadamente, dos mujeres preciosas a las que cualquiera de esos hombres querría hincar el diente. Conocía a Dylan y era consciente de que cuidaría de Brooke, pero mantener un ojo en ambas y además en los juegos era prácticamente imposible. Y no perdería de vista a Bri, menos aún después de presenciar su encuentro con el chico ese de su universidad.
—No eres mi padre —rebatió. Estaba seguro de que lo hacía solo por llevarme la contraria, pero ya me vengaría después, cuando nadie pudiera interrumpir.
—Y no pretendo serlo, pero también quiero lo mejor para ti así que no te separes de mí.
Extendí el brazo con la palma hacia ella y, tras unos segundos pensándoselo, la aceptó y entrelazó nuestros dedos. Bueno, una pequeña victoria por fin.
—¿Quieres que haga lo mismo que cuando fuimos a ver a Nikolai? —preguntó sin ni siquiera mirarme, a la vez que atravesábamos la entrada.
—No, quiero que esta noche seas mi socia —le dije con honestidad. Fue entonces cuando giró la cabeza y me permitió admirar sus cálidos ojos color miel—. No quiero que seas mi distracción, quiero que seas mi ayuda.
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AARON ©
RomanceBridget es alegría, entusiasmo y corazón. Aaron, egocentrismo y chulería. Tan sólo basta una mirada a través de la barra para que dos mundos completamente distintos se unan. ¿Pero cómo reacciona un hombre acostumbrado a tenerlo todo al rechazo? ¿...