CAPÍTULO XXIII

8.4K 423 41
                                    

23. Repentino cambio de planes.

BRIDGET

Las vacaciones de verano habían comenzado oficialmente. Empezaba así mi época favorita del año. No había clases, ni trabajos, ni estrés de ningún tipo. Solo sol, playa y muchas siestas. Era perfecto.

Aunque este año tenía algo diferente. En septiembre no volvería a la universidad. Esa época para mí había llegado a su fin y no sabía muy bien cómo sentirme. Ahora era completamente una adulta. Supuestamente debía buscar un trabajo (por que el del hotel lo compaginaba con los estudios para ayudar a pagarlos), cosa con la que estaba de acuerdo. Pero independizarme, como planeaban hacer algunos compañeros, no entraba en mis planes. Vivía de maravilla con Susi, Mateo y mi padre temporalmente.

Dediqué la mañana a redactar mi currículum siguiendo consejos de YouTube. No pensaba cambiar de trabajo al día siguiente, a parte de porque era imposible, porque en verano el hotel se llenaba de turistas. Pero en septiembre presentaría mi dimisión, lo tenía claro.

Esa tarde dimos un paseo los seis: mi padre, Susana, Mateo y los padres de Susi. Recorrimos el paseo marítimo y nos sentamos a comer en el Burger King, que era uno de los sitios favoritos de Mateo y de sus abuelos. Sí, a Purita y a Gabriel les encantaban las hamburguesas de ese sitio. A mí por supuesto también, así que la idea me pareció brillante.

Dos días después fuimos a la playa con mis amigos, Susana y Mateo también. Llevamos bocadillos de tortilla de patata y varias bolsas de patatas fritas y todo eso poco sano que me encantaba.

—¿Vienes al agua? —me preguntó Patri.

Raúl, Dani y Mateo se encontraban en el mar jugando con una pelota. Les miré rápidamente y accedí a la propuesta de mi amiga, se veía muy divertido. Caminamos con rapidez hasta la orilla pues la arena estaba muy caliente y solté un suspiro de satisfacción cuando una pequeña ola rompió contra mis tobillos.

Todavía no había hablado con Dani. Después de rechazar su invitación a que me acercase a casa me sentí mal, por lo que la siguiente vez que lo vi no le dije nada. Y en resto de ocasiones siguientes que tuve para hacerlo... simplemente no pude. Después de que confesara lo que sentía me fijé más en sus gestos. Siempre estaba pendiente de mí de alguna forma. Se detenía a esperarme si me paraba a atar los cordones de las deportivas, comprobaba que no me hubiese quedado atrás en lugares demasiado concurridos... eran pequeños detalles que hablaban por él.

Y no quería volver a destrozarle de la forma que lo hice, menos ahora que volvíamos a estar bien. Así que, básicamente, estaba dejando que el copo de nieve se convirtiera en una gran bola.

—¡Ey, nosotras también jugamos! —exclamó Patri, llegando hasta los chicos.

—Tú qué opinas Mateo, ¿las dejamos jugar? —preguntó Dani sosteniendo la pelota entre sus manos.

—¡Chii! —vino corriendo como podía con los manguitos hasta mí y se abrazó a mi cintura—. Pero solo porque la tita me cae muy bien y Patri es su amiga.

Los cuatro nos reímos por su comentario.

—Vaya, gracias Mateo —respondió Patri haciéndose la ofendida.

Nos explicaron un poco a lo que estaban jugando, básicamente, a que no se cayera la pelota. Mateo insistió en quedarse conmigo y como era el más bajito de todos, con mucha diferencia, le senté sobre mis hombros para que pudiera llegar a la pelota.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora