CAPÍTULO XX

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20. Las reglas del juego.

BRIDGET

—¿De verdad te dijo eso? —repitió mi amiga con los ojos como platos.

—Sí, Patri, cómo lo oyes —le aseguré mosqueada y tomé un sorbo del refresco que habíamos comprado en la cafetería.

Yo acababa de exponer mi trabajo de fin de grado ante los profesores y no podía estar más relajada, dejando a un lado que mi amigo llevaba días ignorando mi existencia. No había tratado de hablar con él ni de acercarme, tal y como él quería, pero por lo menos podía mirarme si estábamos en la misma habitación. Era exasperante y doloroso.

—Vaya, no me esperaba que pudiera ponerse así —admitió—. ¿Volviste sola a casa? Habernos avisado a alguno.

Unas alarmas sonaron en mi cabeza por su pregunta. Era una gran amiga, pero no pensaba decirle que pasé esa noche con Aaron. Menos aún después de cómo se puso cuando él estaba delante y de los comentarios sugerentes que me hizo. Y a parte porque llevaba como una semana sin saber nada de él.

—Estabais pasándolo bien y seguramente no habríais escuchado el móvil —repuse encogiéndome de hombros.

Me dediqué a girar los hielos dentro del vaso, pensativa. Quedaban tres días para la graduación y por mi culpa nuestro grupo se había resquebrajado. Me parecía justo que Dani no quisiera verme a mí, pero no tenía por qué evitar al resto. Supongo que no querría hablar del tema con nadie, aunque aislarse tampoco era la solución.

—Creo que me voy a marchar —empecé, levantándome de la silla—. No quiero seguir aquí y arriesgarme a cruzarme con Dani.

La verdad es que me dolía en el corazón ser rechazada de aquella manera por alguien a quién yo quería tanto. Estaba acostumbrada a hablar diariamente con él y ahora sentía que me faltaba algo. Me sentía como perdida. Patri asintió y se levantó también, vino hasta mí y me dio un corto abrazo.

—Llámame si quieres distraerte —me dijo dulcemente acariciándome el brazo.

—Está bien. Mucha suerte con tu exposición —me despedí. En quince minutos le tocaba a ella defender su trabajo y estaba segura de que lo bordaría.

Salí al pasillo que últimamente estaba desierto, pues casi todos los estudiantes de mi curso no veníamos más que para lo indispensable. Iba doblando las mangas de mi blusa elegante que escogí para la presentación cuando un brazo rodeó mis hombros. El corazón se me detuvo ante la posibilidad de que fuera Dani, pues era un gesto que hacía constantemente. Me giré esperanzada, sin embargo, me topé con el idiota de Iván.

—Veo que te alegras de verme, mi arma. Sabía que tarde o temprano acabarías cediendo a mis encantos —murmuró como si de verdad él se creyera sus propias palabras.

Mi cara adoptó inmediatamente una mueca de asco y me sacudí para retirar su asqueroso brazo de mi cuerpo. No solía tener mucha paciencia, me calentaba con facilidad y gritaba en las discusiones. Ah, y decía también bastantes palabrotas. En resumen, no tenía un buen genio. Y si encima llegaba Iván a perturbar la poca paz que poseía... no me responsabilizaba de mis actos.

—No me toques, y tampoco me hables. Me caes mal.

—Tu cuerpo no parece decir lo mismo cada vez que me ve... —trató de pellizcarme la cintura pero logré ser más rápida y pude propinarle un manotazo.

—¿Qué parte de no me toques no entiendes? Lo único que me generas es repulsión, entiéndelo de una vez.

Sabía que estaba siendo muy borde, pero se lo merecía. Yo siempre trataba de ser lo más simpática posible con todo el mundo y tratarles como me gustaría que me tratasen a mí. Sin embargo, tenía un límite, e Iván lo surcaba con creces.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora