16. Confesiones.
AARON
Miré de reojo a Bridget. He de admitir que al principio temía por mi vida e incluso llegué a pensar que estaba loca. Pero en realidad sabía lo que se hacía, cosa que agradecí internamente pues no quería morir tan joven.
Durante el camino se me hizo muy raro ir en el asiento del copiloto. Yo siempre conducía y, si no, me llevaba Timothée. Pero nunca, jamás, había dejado que una mujer condujera uno de mis coches. Aunque Bridget tampoco me había dado muchas opciones.
Se recogió el pelo que tenía algo alborotado por culpa del viento tras la oreja, y se inclinó para llegar a coger el ticket que daba la máquina y poder entrar al parking. Me mordí el labio para no reírme, era una situación graciosa. Una chica tan cabezota que tenía que estirarse para coger un trocito de papel, magnífico. Me lo tendió sin decir nada y lo agarré, ¿qué se suponía que quería que hiciera con esto? ¿Sujetárselo? Se quitó mis gafas de sol y las colgó del escote del vestidito ese rosa que llevaba.
—¿Tienes hambre? —me preguntó sin mirarme pues estaba ocupada buscando un sitio donde aparcar.
De verdad, ¿cómo había dejado que una niña a la que apenas conocía tocara uno de mis coches? Es que seguía sin explicármelo.
—No demasiado, puede que dentro de una hora.
—Genial, pues daremos un paseo mientras —comentó y dio el intermitente para indicar al coche que teníamos detrás que iba a aparcar.
No era católico, pero creo que ese era un buen momento para rezarle a Dios que mi coche no sufriera ningún arañazo ni golpe.
Sin embargo, Bridget Lynch volvió a demostrarme que estaba equivocado al pensar que algo malo pasaría. Giró el volante con una maestría asombrosa y comenzó a dar marcha atrás. No tardó más de un minuto en dejarlo perfecto. Me costó no mirarla con la boca abierta. Cuando le contara esto a Dylan iba a flipar. A lo mejor hasta podrían echar una carrera amistosa de vez en cuando.
—¿Te enseñaron a conducir así en la autoescuela? —no puede evitar preguntar. ¿Sería esta la mujer perfecta?
Bridget sonrió con suficiencia y me tendió mis gafas. De acuerdo, se había ganado el derecho de hacer eso.
—No. Cuando llegamos a España, mi padre trabajó unos años en un taller de coches. Allí aprendí muchas cosas; a jugar al póker, entre ellas.
Por eso también sabía de coches, ahora todo tenía sentido.
—¿Ya no trabaja allí?
Bridget negó con la cabeza y comenzó a juguetear con sus dedos sobre su regazo.
—Se puso enfermo y lo dejó. Estuvo un tiempo en el paro, recuperándose, y después empezó a trabajar en el chiringuito en el que estuvimos antes. Es de los padres de Susana, la chica que te dije que también trabaja en el hotel —explicó.
—¿Y no estaba allí? Me lo podrías haber presentado igual que con tus amigos —bromeé. Era demasiado pronto para conocer a las familias. De hecho, no creo que llegase a pasar.
—Está ingresado en el hospital. Tú y yo nos conocimos porque fui al casino para ganar dinero y terminar de pagar su tratamiento —confesó.
—Lo siento Bridget, yo...
Era un gilipollas. Eso es, exactamente, lo que era. Debí haberme tragado el comentario, si es que a veces no podía ser más imbécil. Observé a Bridget que en ese momento miraba fijamente al frente. ¿Quién diría que la chica que siempre poseía una enorme sonrisa en el rostro y se reía a cada rato lo pasaba tan mal? Al parecer, teníamos más cosas en común de las que pensaba.
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AARON ©
RomansaBridget es alegría, entusiasmo y corazón. Aaron, egocentrismo y chulería. Tan sólo basta una mirada a través de la barra para que dos mundos completamente distintos se unan. ¿Pero cómo reacciona un hombre acostumbrado a tenerlo todo al rechazo? ¿...