CAPÍTULO XI

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11. Pelazo pero sin cerebro debajo.

BRIDGET

El tal Nikolai era un chico joven, de unos veinte y muchos años, sin llegar a los treinta. O si lo hacía, se conservaba genial. Tenía los ojos de un tono azul pálido al igual que su cara y el pelo rubio. Le vendría bien ir a la playa a tomar un poco el sol y coger vitamina D, el traje oscuro acentuaba su lividez.

—Wallace —Lo saludó con cordialidad, estrechándole la mano.

—Un placer volver a verte, Nikolai.

El polaco desvió la mirada de Aaron y la posó entonces en mí. Me recorrió de arriba abajo con atención, como si no quisiera perderse un detalle. Me removí algo incomoda al lado de mi jefe porque me estaban observando más de lo que era considerado políticamente correcto. Él apretó su agarre en torno a mi cintura y aunque pareciese una tontería, me sentí más segura.

—Nikolai, ella Bridget. Está conmigo esta noche —me presentó.

—Encantada de conocerlo, tiene una bonita casa.

—No vengo mucho por aquí —respondió antes de indicarnos con un gesto que lo siguiéramos al interior.

Tragué saliva. Yo sólo intentaba ser amable, pero el tiro me había salido por la culata. Qué raro, si yo siempre decía las palabras adecuadas, pensé con ironía.

—Es un hombre peculiar, no te lo tomes a mal —me susurró Aaron en el oído.

—Yo tengo otras muchas palabras en mente que distan bastante de peculiar —repuse.

Noté como su cuerpo vibraba por la risa a pesar de que su garganta no emitió ningún sonido. Nikolai nos condujo hasta un salón con el techo alto y un ambiente bastante acogedor para no venir con frecuencia. A parte de unos sofás, una chimenea y varias estanterías, destacaba en el centro de la sala una mesa de madera con una baraja inglesa y unas fichas. Aaron tomó asiento en uno de los extremos de la mesa, enfrente de Nikolai. Yo fui a hacer lo mismo a su lado, pero sus manos se adueñaron se mis caderas y me sentó en sus piernas. Traté de respirar con normalidad y recé por no haberme convertido en un tomate. Tenía que aparentar seguridad o el plan no funcionaría.

—¿Os gustaría tomar algo de beber? —preguntó cómo buen anfitrión.

—Un martini para mí —pidió mi jefe.

—Yo prefiero un vaso de agua, gracias —comenté con una amable sonrisa. El alcohol me distraería y yo no pensaba perderme ni un solo movimiento del polaco.

Caminó hacia la que supuse que sería la cocina y no abrí la boca hasta que escuché el tintineo de unos vasos. Me giré con cuidado hacia Aaron para que mi pelo no le fuera a dar en toda la cara, estábamos realmente cerca.

—¿Estás cómodo así? —me interesé—. ¿No te impedirá ver o algo?

—Para nada, es justo lo que necesitamos —susurró y al hacerlo su voz sonó algo ronca.

Mierda, ¿por qué cualquier cosa que hacía era tan sexy? Colocó un dedo bajo mi barbilla y la alzó ligeramente para tener un mejor acceso a mis labios. Los observó con sus intensos ojos verdes que muy a menudo me dejaban sin respiración, a la vez que humedecía su labio superior con la punta de la lengua. Acercó su boca a la mía y no me opuse cuando escuché los pasos de Nikolai llegando. El guaperas de mi jefe no solo era un adonis, también era inteligente. Hacerle pensar al polaco que no podía apartar sus manos de mí y que la calentura le impediría pensar con claridad me pareció sublime.

—Gracias —respondimos al unísono cuando tuvimos nuestras bebidas frente a nosotros.

Le di un sorbo a mi vaso de agua. No escuché ni una sola voz hablando con Nikolai así que supuse que no tendría a nadie que trabajara por él, por lo menos aquí. Tenía la ligera sospecha de que era tan meticuloso que no soportaba que nadie hiciera las cosas de una manera que no fuera la suya. Solo había que ver los libros de las estanterías; no solo estaban ordenados por el primer apellido de los autores, sino que dentro de ese orden también incluía el color y la edición. Era un método demasiado riguroso como para que yo, amante de la lectura, no me diese cuenta.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora