32. Comienzos.
AARON
Cuando las chicas regresaron con unas bebidas, inmediatamente notaron la ausencia de Bridget. Yo había estado a punto de seguirla, pero no podía dejar a mi hermana y a Peyton solas sin una explicación. Así que esperé impaciente a que volvieran y se lo dije.
A Brooke le resbaló el vaso de la mano, salpicando todo el suelo al romperse en añicos. Tras la sorpresa inicial y decirles que iba a buscarla, me aseguraron que me acompañarían. Llamamos en numerosas ocasiones a su móvil, pero debía tenerlo en silencio.
Finalmente se me ocurrió la idea de que hubiera conseguido llegar al hotel, por lo que me presenté allí. Y bueno, en ese instante nos encontrábamos de camino a mi loft para cenar. Como siempre, ella se dedicaba a mirar por la ventana, solo que esta vez tenía todo el cuerpo pegado a la puerta, así que no me atreví a tocarle la rodilla o el muslo como en otras ocasiones. Parecía que quería su espacio, y aunque a mí me jodía, podía respetarlo.
—Llegamos —hablé por primera vez desde que subimos al coche.
Había sido un comentario muy obvio pues acababa de aparcar el coche en el garaje, pero necesitaba una respuesta por su parte, lo que fuera. Que dejase de ser Bridget zombie y fuera Bridget hiperactiva. Mi técnica no funcionó, asintió levemente y se apeó en silencio.
Solté un suspiro antes de imitarla. El trayecto en el ascensor se me hizo de lo más incómodo, sobretodo porque ella apartaba constantemente la mirada cuando la observaba, que era a menudo. Se le habían quemado un poco las mejillas por el sol y tenía unas cuantas pecas además de la zona rosada. ¿Por qué no me miraba? Quería que me sostuviera la mirada sin amedrentarse como siempre hacía, como nunca nadie había hecho.
Abrí la puerta y dejé que entrase ella primero. Se quitó los zapatos y giró sobre sí misma para observarlo todo con mayor detenimiento.
—Vaya, es... muy grande y bonita —murmuró.
Por lo menos volvió a hablar, algo era algo.
—Ven, te prestaré algo de ropa.
—En realidad, me gustaría darme una ducha, por eso estaba sin camiseta cuando entraste —explicó sin muchas ganas.
¿Qué coño le ocurría? No era la misma persona con la que había pasado el día. Estiré el brazo para tratar de tocarla, sin embargo ella solo permitió que fuera un ligero roce. Aquello ya me molestó.
—Enserio Bridget, ¿qué te ocurre? —inquirí. Empezaba a preocuparme.
—Nada, estoy cansada —mintió. Siempre que lo hacía miraba a la izquierda.
—Y una mierda. ¿Por qué ni siquiera dejas que te toque?
—Porque no quiero. Me iré mañana y tú deberías quedarte aquí, en tu casa y con tu familia —dijo.
—Trabajo en España, Bridget... —traté de explicarle, ignorando la parte en la que decía que se iría mañana.
—Pues no deberías. Si puedes hacer el trabajo desde aquí deberías quedarte con tu familia, igual que yo debo estar con la mía —zanjó.
¿Por eso quería irse mañana? ¿Por su familia? ¿Y a qué venía ahora eso de que trabajase desde casa, de dónde lo había sacado?
—No debería haber venido, estoy cansada —dijo de una manera más calmada, acercándose a la puerta—. Cogeré un taxi.
Recorrí los metros hasta donde ella se encontraba e impedí que recogiera sus zapatillas. La obligué a mirarme, porque si no parecía que ella no lo haría, y traté de serenarme todo lo posible antes de hablar.
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AARON ©
Lãng mạnBridget es alegría, entusiasmo y corazón. Aaron, egocentrismo y chulería. Tan sólo basta una mirada a través de la barra para que dos mundos completamente distintos se unan. ¿Pero cómo reacciona un hombre acostumbrado a tenerlo todo al rechazo? ¿...