CAPÍTULO I

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1. La perra empoderada que se va a sacar una buena pasta.

BRIDGET

No sé en vuestra casa, pero en la mía el despertador tiene brazos y piernas y se llama Susana. Mi compañera de piso, que es prácticamente mi hermana, me meneó como a unas maracas hasta que al final caí al suelo en un intento de librarme de ella.

—Venga arriba, Bri —me ordenó mientras salía de la habitación.

¿Arriba de dónde? Ah sí, del suelo al que acaba de tirarme. Me froté los ojos aún adormilada.

—¡Eres una bruta! —le grité para que me oyera desde la cocina, donde se escuchaban cacharros moverse.

Me puse mis pantuflas de oso panda y salí al pasillo más que dispuesta a llenar mi estómago con galletitas de dinosaurio, pero un tornado en miniatura me detuvo a medio camino.

—¡Briiiii! —chilló Mateo a la vez que corría hacia mí con los bracitos abiertos. Me agaché para cogerlo en brazos y me lo coloqué sobre la cadera después de darle un beso en la mejilla.

Mateo es el hijo de Susana. Mi mejor amiga se quedó embarazada a los 19, viéndose obligada a dejar la carrera. Ahora trabaja en uno de los mejores hoteles de Marbella mientras ahorra para apuntarse a la Universidad a Distancia. El padre se desentendió por completo del niño, dejando que Susi criara sola al chico. Por lo menos tenía a su familia y por supuesto a mí, que quería a Mateo como si fuera mi sobrino.

—Buenos días caramelito, ¿ha preparado ya mami tu mochila? —quise saber, para ver si debía hacerlo yo.

—Sí, está en la entrada —me informó su madre.

Dejé al chico en una silla y la arrimé a la mesa. Le acerqué su vasito de leche con cacao y unas galletas. Me senté a su lado y cogí la taza de café que Susana me tendía. Como todas las mañanas, Mateo ya estaba vestido, cosa que hacía él solito a sus cinco años. Era todo un hombre independiente.

Quince minutos más tarde, después de despedirnos de Susi nos montamos en el coche. Era de mi padre y tenía ya su tiempo, pero seguía funcionando que era lo importante. Dejé la mochila con mis cuadernos de la universidad en el asiento del copiloto y comprobé que Mateo se había puesto bien el cinturón en su sillita.

—¿Estás listo para ir a clase? —pregunté simulando el tono de voz que empleaba el pirata de Bob Esponja al principio de cada episodio.

—¡Sí capitán! —me respondió Mateo con una enorme sonrisa. La inocencia de los niños era algo precioso.

Puse rumbo al colegio y aparqué en doble fila para poder llevar a mi sobrino a la puerta. Le colgué la mochila de Ben 10 y me agaché para que pudiera darme un besito. Le revolví ese pelo de león que tenía y dejé que se fuera. Se despidió de mí agitando su pequeña mano en el aire y corrió hacia unos amigos suyos que estaban esperándole.

Misión dejar a Mateo en el cole sano y salvo: completada.

Subí de nuevo al coche y está vez conduje hasta la Facultad de Turismo. Estaba en mi último año y definitivamente estaba siendo más duro de lo que pensé. Al llevar a Mateo al colegio por las mañanas llegaba una hora más pronto a mis clases, así que entraba a la biblioteca a estudiar un poco. Al llegar me encontré con mi amiga Patricia esperándome en la puerta.

—No te lo vas a creer —empezó a decir mientras me alejaba de la entrada—. Han robado un examen de Derecho y lo están vendiendo por veinte euros.

Abrí los ojos impresionada. Uno; eso debería haber sido complicadísimo. Dos; veinte euros eran una burrada para un parcial tipo test que se aprobaba con el sesenta por ciento. En conclusión, había sido una estupidez.

AARON ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora