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Mientras Jiang Cheng lucha por estar a la altura como futuro líder de la secta Yunmeng Jiang, la compañía gentil así como los sabios consejos...
La situación en Muelle de Loto poco a poco iba tomando su curso normal. Todos supieron que su líder no había estado bien de salud por unos días, pero pocos sabían la verdad sobre el ataque. Tras la conferencia en el Reino Impuro, Jiang Cheng había vuelto al entrenamiento con los discípulos y por más que se le pidió no hacer demasiado esfuerzo, siguió como si nada hubiera pasado, ateniéndose a las consecuencias más tarde cuando sus heridas comenzaban a molestarle; de todos modos, no iba a dejar que nada lo detuviera.
Por el momento había dejado en manos de Lan Xichen y Wei Wuxian descubrir más pistas sobre el origen de su asalto, ni siquiera a su hermano le había contado sobre sus sospechas porque sabía de su boca floja y que muy probablemente la información terminaría llegándole a su daolu. Para no tener que enfrentar una conversación carente de suficientes argumentos, era mejor guardarse esa sospecha para sí mismo. De todos modos Meng Yao era su única opción.
Desde que había vuelto de Qinghe, las ganas de volver a ver a Lan Xichen iban en aumento, en primera, porque no habían podido pasar mucho tiempo juntos, y en segunda, –tenía que admitirlo– los días sin él eran muy aburridos. Cuando recibió la carta donde le avisaba sobre su próxima visita, se alegró, pero también le dejó inquieto al leer que quería tratar un tema delicado.
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—Líder, con permiso —se anunció uno de los sirvientes—. Zewu-jun acaba de llegar, está en el Salón de las Espadas.
Jiang Cheng, que estaba revisando un par de libros, dejó de lado el pincel con el que anotaba e intentó contestar de lo más normal, pues la llegada de su amado le emocionaba bastante. —Lo recibiré aquí. Por favor, luego de hacerlo pasar, pide que nos sirvan el té y da la orden de que no nos molesten.
—Por supuesto, Líder. Con permiso.
En cuanto se quedó a solas, se acomodó el hanfu y respiró un par de veces para controlar su corazón acelerado; todavía se sentía algo tonto de emocionarse de esa manera, como si fuera un adolescente. Le parecía totalmente ridículo. Volvió a tomar el pincel, notando que tenía un leve temblor.
—Jiang Cheng, compórtate como un adulto —se regañó.
—¿Con quién hablas, Líder Jiang? —Zewu-jun hizo una reverencia. Todavía tenían que guardar ciertas apariencias ante los demás en Muelle de Loto.
Al escucharlo, Jiang Cheng se puso de pie y saludó también. —Es una costumbre que me es útil para no olvidarme de ciertas cuestiones. Bienvenido, Líder Lan. Toma asiento, por favor.
Con elegancia, Lan Xichen tomó su lugar al frente de Jiang Cheng y sonrió antes de susurrar. —¿Todavía no puedo besarte?
—¡Por supuesto que no! —contestó entre dientes el Líder Jiang, tomando otra vez el pincel entre sus dedos—. Un días nos vas a meter en problemas con tu impaciencia.
—Sé comportarme —replicó todavía con una sonrisa.
Al fin el sirviente había llevado el té y un par de bocadillos, cerrando tras de sí la puerta de la biblioteca. Lan Xichen no tardó en recargar las palmas de sus manos sobre la mesa para alcanzar los labios de su amado y darle un beso tierno. Al momento de separarse, Jiang Cheng lo vio con seriedad pero después sonrió discretamente.