CAPÍTULO 17. CIZAÑA.

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La noticia de que Lan Xichen había vuelto a Gusu llenó de tranquilidad a Jiang Cheng; todos los esfuerzos realizados habían valido la pena y ahora solo tocaba esperar por más noticias de otras sectas porque después del adiestramiento, los Wen una vez más habían permanecido en silencio por un tiempo considerable.

Libre de la preocupación sobre el estado de Zewu-jun, le permitió a Jiang Cheng enfocarse de lleno en su entrenamiento y en pasar el rato con su hermano y algunos discípulos que les seguían ya que era bien conocido, que estando Wei Wuxian presente, era señal de diversión. Aunque eso no significaba que no extrañará a Lan Xichen. Las tardes de ocio —si es que se pudieran llamar así, porque a pesar de los juegos, también practicaban con el arco, la espada, algún combate—, le agradaban bastante porque podía hacer lazos con los discípulos y conversar con Wei Wuxian. Para ese tiempo, aquella rencilla había quedado en el olvido y se trataban como antes.

Otra veces iban a cazar algunos animales, o simplemente a observarlos en su hábitat natural. Cualquier cosa les parecía de provecho después de un largo entrenamiento. Tal como ese día que Jiang Cheng y Wei Wuxian se mojaban los pies en un pequeño arroyo.

—Ese ciervo de allá —señaló Wei Wuxian—, ¿no te recuerda a alguien?

Frunciendo el ceño, Jiang Cheng observó el ciervo que él había apuntado, se cruzó de brazos y negó. —La verdad es que no. Creo que comparar un animal con una persona es bastante extraño y poco probable que sepa de quién hablas.

—Vamos, vamos. Esfuérzate un poco más —se cruzó de brazos también—. Observa mejor los detalles, pero no demores mucho que puede irse.

No había mucho detalles por observar: era un ciervo joven, de buen tamaño, con las patas torneadas y un cuerpo esbelto pero se notaba tenía buena musculatura. El pelaje castaño le brillaba cuando los rayos del sol le daban al colarse entre las copas de los árboles, tenía una franja blanca en el cuello, unos pequeños puntos del mismo color en el lomo y sobre la frente una franja más, que le hacía parecer tener una cinta.

—¿Y? —preguntó Wei Wuxian—. ¿Hay algo que te recuerde a alguien?

—Lan Xichen... —dijo sin percatarse que lo había hecho en voz alta. Solo la risa de su hermano le hizo recapacitar y ruborizarse furiosamente. No podía desdecir sus palabras, tampoco podía negarlas, era obvio que se había dejado en evidencia, no solo ante su hermano, sino también ante él mismo porque parte de sus confundidos sentimientos comenzaban a aflorar sin pedirle permiso.

—¡No te rías, idiota! No tiene nada de gracia. —Le dio un golpe en el hombro. El grito fue tan fuerte que logró espantar al ciervo—. Wei Wuxian, cállate, cállate ya.

—¿Por qué? —se levantó todavía riendo—. Mira lo que hiciste A-Cheng, espantaste al pobre y lindo Lan Xichen. Momento —lo vio con suspicacia—... ¿desde cuándo le dices Lan Xichen a Zewu-jun?

—¡Yo no le digo así! —replicó. Sentía su rostro entero arder. Estaba en una situación bochornosa y, conociendo a Wei Wuxian, no descansaría hasta sacarle un par de confesiones. Pero qué iba a confesar si ni él mismo entendía qué le estaba pasando.

—Vamos, no seas tímido. Puedes confesarle todo a A-Xian...

—¡Joven amo Jiang! ¡Joven amo Wei! —un par de discípulos se aproximaron corriendo, bastante agitados— L-Los Wen, los Wen.

Jiang Cheng se puso de pie, olvidando que antes se moría de vergüenza. —¿Los Wen qué? ¡Oye!, ¿qué con los Wen?

—Los Wen están aquí... y han tomado al sexto shidi como prisionero.

UNA COLINA PÚRPURA TOCANDO EL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora