DIEZ

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-¿Quién eres tú y dónde está Laia? -le pregunta con una sonrisa divertida mirando al suelo mientras andan por la calle.

-Estoy aquí. -Sacude la mano, sonriendo.

Louis suelta una risita moviéndose un poco el flequillo y luego se lleva las manos a los bolsillos de sus vaqueros ajustados para seguir andando mirando sus propios pies.

-No deberías haber venido. Lo que puedan decirme a mí me da igual, pero él es tu padre.

Ella se encoge de hombros restándole importancia. Lo ha decidido así por varios motivos. Desde la última clase de francés le había cogido manía a la profesora instantáneamente. Tampoco quería quedarse sola durante casi una hora. Pero sobre todo, lo había hecho con la intención de desafiar a su padre, por la bronca que había recibido el sábado casi sin motivo. Últimamente no hacía otra cosa sino que quejarse de que estuviera con Louis. Primero por las quejas recibidas en clase y luego por ir con él en coche. Pues ahora se ha fugado de una clase, y entonces sí que tendrá verdaderos motivos justificables para enfadarse con ella.

-Se suponía que tú eras la buena influencia. Te estás dejando arrastrar por el mal -le dice Louis.

-¿Tú eres el mal? -Sonríe y él asiente-. Entonces ojalá que todos los males fueran como tú.

Louis levanta una ceja y deja escapar una sonrisa en contra de su voluntad.

-¿Me lo tomo como un cumplido?

-Lo es, así que deberías -afirma ella con seguridad.

-Vale.

-¿Vale? ¿Eso es todo lo que vas a decir?

-¿Tengo que decir algo más?

Ella niega con la cabeza, sonriendo. Estar con él es sinónimo de dolor de madíbula por no parar de sonreír. Es inevitable.

-¿Adónde vamos? -pregunta Laia mirando a su alrededor, tratando de ubicarse.

-Yo... a mi casa. Tú no lo sé.

-¿Qué? No, no y no. No puedes abandonarme a mi suerte. Eres el mayor de edad, estoy bajo tu responsabilidad.

-Está bien. Como quieras. Vamos, pequeña. -Coge su mano y tira de ella cruzando un paso de peatones.

La palabra «pequeña» se queda revoloteando por la mente de la chica causándole gracia.

De pronto abre la boca para preguntar, pero Louis la corta:

-No preguntes otra vez que adónde vamos porque no tengo ni idea -admite.

Laia se queda callada mientras es guiada por Louis con rumbo a ninguna parte. Atraviesan varias aceras anchas de calles comerciales esquivando a la gente apresurada que anda por ellas y finalmente llegan a la plaza principal de la ciudad que está repleta de gente, más de la habitual, además de muchos niños correteando y otros alrededor de unas especies de puestos ambulantes.

-¿Qué hay ahí? -pregunta acercándose al gentío, y entonces los coloridos y los carteles le hacen comprender-. Talleres de manualidades. ¡Louis!

Se gira para mirarlo muy ilusionada y baja la vista para darse cuenta de que sus manos aún siguen unidas. Las separan inmediatamente considerándolo como un gesto poco usual entre ellos y que además podría dar lugar a malentendidos por parte de las personas que pueden estar viéndoles.

-Ni de broma. -Niega rotundamente con la cabeza.

-¡Por favor! Vamos a hacer manualidades, Louis. Por favor.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora