1 de septiembre.

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No puedo negar que estoy nerviosa. Me llevo las manos a la boca continuamente y me mordisqueo la piel de alrededor de las uñas. Ni siquiera tengo esa manía, y solo el hecho de pensar en morderme las uñas me da repelús. Andrea, a mi lado, si se las muerde de vez en cuando aunque trate de disimularlo. Ella también está nerviosa pero se esfuerza por ocultarlo.
Es nuestro primer día de clase en bachillerato, y ya lo peor ha pasado.  Ha sido un alivio inmenso haber escuchado el nombre de Andrea en la misma lista en la que se ha pronunciado el mío. Era lo único que necesitaba, saber que este curso no estaría sola, tendría a mi mejor y única amiga.

Corremos al interior del aula sin que se note demasiado nuestra desesperación por encontrar asiento una al lado de la otra. Una vez que lo conseguimos, nos miramos con una sonrisa y analizamos con todo detalle el resto de chicas y chicos que van a compartir clase con nosotras.
Antes de nada, saco una libreta y un bolígrafo como la buena estudiante que debería ser, y soy. Cuando finalmente estoy lista, empiezo a distinguir caras conocidas de otros años y también otras nuevas que no había visto nunca. Dylan está justo dos mesas delante de mí y sonrío para mis adentros al comprobarlo. La suerte lleva acompañándome varios cursos, aunque sé que el hecho de que esté en mi clase no va a cambiar nada. Seguiré admirándolo desde la distancia al tiempo que él no tendrá ni idea de que lo hago.

—Ey —Andrea me da un codazo y lo señala con la cabeza. Yo sonrío y asiento dejándole claro que ya lo había visto—. Este será el año, Laia.

—No lo creo —le susurro negando con la cabeza. Nunca es el año. Él seguirá siendo el guapo que se fija en las guapas.

—A lo mejor no es el año de Dylan, pero quién sabe si será el año de otro... —Me guiña uno de sus ojos verdes y se acomoda su melena castaña y larga. Para ella siempre es su año. Con esos ojos tan bonitos y su vitalidad y espontaneidad siempre tiene chicos por alrededor. Ella tiene novio y yo, no.

Siguen entrando alumnos por la puerta y van tomando asiento. En la primera fila puedo ver una melena oscura y rizada bastante familiar. Se llama Ariana, si no recuerdo mal, y estuvo hace dos años en mi clase. Por lo que puedo apreciar, no ha cambiado nada. Es tan callada y tímida... Siempre la veo sola, y en muchas ocasiones he querido acercarme a ella pero al final nunca me atrevo. Quizá este curso tenga la oportunidad de conocerla.

—¿Qué haces con una libreta? —me pregunta Andrea—. ¡Es el primer día! Y el primer día no se hace nada.

—Eso es lo que tú crees —le respondo sonriendo. Posiblemente tenga razón, pero aún así he querido traerla para apuntar todas las instrucciones, normas y demás que puedan darnos los profesores.

Cuando creo que ya han entrado todos, por la puerta aparece un chico rubio, muy guapo, que he visto por los pasillos otros años. Sus ojos azules recorren el aula rápidamente y luego vuelve la vista atrás. Todas las miradas están puestas en él, y en otro chico que aparece a su lado, por ser los últimos en entrar. Mi cara es un poema cuando le veo el rostro al que acompaña al rubito.

—¿Repetidor? —se adelanta Andrea a preguntar.

Yo no puedo contestar, solo me quedo mirándolo sin entender. ¿Qué narices hace el hijo de Vicky en mi clase? ¿Ha repetido curso?

—Se llama Louis —me explica Andrea, como si yo no supiera su nombre—. No paraba de meterse en líos el curso pasado, normal que esté aquí de nuevo. Lo vi un par de veces entrando en el despacho de tu padre.

Apenas la escucho. Sigo a ambos con la mirada, sin mucho disimulo, hasta que se sientan juntos en la penúltima fila. El castaño se pasa las manos por el flequillo y sonríe por algo que le dice el amigo. Qué sonrisa tan bonita.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora