TREINTA

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Avanza por el pasillo con una mano en la frente, apartándose el pelo, mirando al suelo y maldiciendo en su mente. Daría media vuelta y volvería con ella para pedirle disculpas, pero... lo ha echado. Ni una sola palabra, nada sobre lo que pensaba, nada. Solo un «vete» que ha sonado a despedida, a punto y final de la amistad.

Ahora es cuando se arrepiente, de haberlo dicho y de haberse tomado la libertad de besarla. ¿En qué estaría pensando? El beso no entraba en sus planes, solo fue algo espontáneo... algo espontáneo que ha terminado siendo un grave error.
Las posibilidades de un final feliz eran pocas, lo sabía, sin embargo de repente le vino un ataque de valentía tras pensarlo mucho y se volvió positivo, pensando que aunque era muy arriesgado, quizá saldría ganando. Lo sucedido en la noche anterior le había dado algo de esperanza y aumentó ese positivismo, pero se equivocó. Fue un mal momento, una mala forma de expresarlo tal vez, y una mala forma de rematar la declaración.

Acelera el paso, tratando de sacarse todo de la cabeza por un instante. Quiere salir de esa casa lo antes posible, y lo más seguro es que sea la última vez que la pise.

Para colmo, como si no tuviera ya poco, se encuentra el rostro siempre serio y profesional del señor Jeremy Collingwood por las escaleras. Louis lo saluda con gesto de cabeza casi sin mirarlo, y en su interior reza para que ese saludo sea la única interacción que tenga con él.

-Louis -llama su atención, y el chico se frena de golpe, chasqueando la lengua mentalmente y maldiciendo su existencia.

Jeremy se queda observándolo durante unos pocos segundos, su rostro y su expresión. Parece que no tiene muy buena cara... y para el hombre no ha pasado desapercibido el hecho de que acaba de salir prácticamente corriendo del dormitorio de su hija.

-¿Sí? -pregunta el chico, indicándole con su expresión que lleva algo de prisa.

El hombre duda un segundo, sopesando la posibilidad de preguntarle qué pasado, pero finalmente se deshace de su curiosidad y va al grano.

-¿Cómo vais Gisele y tú?

-Bien -contesta sin más, y sigue de largo, saliendo de la vivienda sin esperar más palabras y más conversación.

Lo menos que le preocupa en ese momento son Gisele y los torneos de fútbol.

***

Laia permanece con el trasero en el suelo apoyada en la cama, inmóvil, esperando a que salgan las cámaras ocultas, a que vuelva a entrar por la puerta y le diga que todo ha sido una broma, o a que se despierte por fin del sueño, o de la pesadilla... o a que se dé cuenta de que todo ha sido imaginación suya porque todavía le duran los efectos del alcohol de anoche.

Pero no. Nada de eso ocurre, porque nada de lo que ha pasado con su mejor amigo ha sido fruto de la imaginación o de una broma pesada. Ha sido todo real y le entran escalofríos por todo el cuerpo con pensarlo. Es incapaz de digerir semejante declaración de sentimientos que acaba de presenciar, ¡de su amigo!

Coge aire lentamente, lo suelta despacio por la boca, y repite el proceso unas cuantas veces más. Echa un vistazo por el suelo: los folios, los apuntes de francés, el trabajo que estaban a punto de empezar, como siempre, todo era normal...
No sabe qué es exactamente lo que está sintiendo en ese instante. Está asustada. Asustada por lo que su mejor amigo siente por ella, por la posibilidad de perderlo..., por el beso. No puede decir que no le haya gustado, y eso es lo que más miedo le da. Ese besó además reavivó los recuerdos de la otra noche. Ella le besó antes, lo recuerda. Ella le besó, y ambos lo continuaron. Y luego la tumbó en la cama... y se fue.
Quiere pensar que solo lo soñó, pero ahora las imágenes están en su mente con total claridad.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora