VEINTISÉIS

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Anda a paso ligero por las calles haciéndose hueco entre la gente que solo se limita a pasear tranquilamente. Tiene una mínima esperanza de encontrarlo por el camino, pero esa esperanza se desvanece al ver el campo de fútbol a unos metros delante de ella.
El móvil de Louis vuelve a sonar pero esta vez no lo saca, porque imagina será la misma chica de antes, cuya identidad es aún desconocida para ella.
Cruza un paso de peatones y se acerca hasta una gran puerta metálica, la atraviesa y echa un vistazo a algunos chicos que ya están en el césped. También divisa al entrenador, pero ninguno de los demás es Louis. Piensa que quizá no habrá salido al campo aún.
A su derecha se oyen unas voces provenientes del vestuario, voces de chicos que hablan y ríen. Se asoma con disimulo a la puerta buscando visibilidad al interior, tratando de no llamar mucho la atención. Al fondo les localiza, a Louis e Isaac que hablan entre ellos sentados en un banco.
Un chico, a pocos metros de la puerta y por tanto cerca de ella, rebusca en su taquilla y deja escapar una sonrisa al verla espiando. Ella le devuelve la sonrisa, un tanto avergonzada, y se dispone a pasar dentro, sin embargo la suerte no está de su parte. Su mano, apoyada en el marco de la puerta, se desliza y Laia acaba cayendo al suelo, literalmente termina con las rodillas y las manos en el suelo, como un perrito.

-¿Estás bien? -pregunta el chico que la ha descubierto, acercándose a ella.

Él le tiende una mano para ayudarla y ella la acepta, roja de la vergüenza. Apenas le mira a la cara así que poco puede distinguir de sus rasgos, solo ha podido ver su pelo corto y castaño, y nada más. Rápidamente le murmura un «gracias» y decide seguir andando por el pasillo como si nada hubiera pasado.
Sin embargo casi todos los chicos han visto su caída. Unos la miran con sonrisas burlonas, otros compadecidos y otros solo le echan un vistazo fugaz para luego seguir con lo suyo.
Laia prefiere seguir andando con la cabeza gacha para no verlos. ¡No se puede ser más torpe! Por si fuera poco el hecho de haber entrado en un vestuario repleto de chicos, encima ha tenido que hacer una entrada como esa, casi besando el suelo.

Pasa al lado de dos chicos sin camiseta y sus mejillas no adquieren más color porque no cree que sea posible. Está como un tomate, aunque no esté mirando directamente a su alrededor. Igualmente los siente, siente el ambiente, y divisa los cuerpos por el rabillo del ojo.

-¿Laia? ¿Qué haces aquí? -pregunta Louis extrañado cuando al fin se percata de su presencia. Él, por situarse casi al fondo del vestuario, no se dio cuenta de su caída, ni del chico que la ha ayudado, ni prácticamente de todas las miradas que se han posado sobre ella.

Desde ese momento en que Louis habla, muchas más miradas van dirigidas a ellos dos, todas las de aquellos a los que no parecía importarle la entrada de una chica ahora sienten curiosidad.

-Te dejaste el móvil en mi habitación.

Uno de los chicos del torso desnudo suelta un «uhhh» largo y sonoro y sonríe. Louis en respuesta le lanza una mirada cómplice de advertencia, por lo que parece que se llevan bien.

Laia entonces saca el móvil del bolsillo y, justo en ese momento, la pantalla se ilumina en las manos de la chica. El nombre de Gisele vuelve a aparecer.

-Esa tal Gisele no para de enviarte mensajes... A lo mejor se trata de una emergencia.

Louis abre la boca para decir algo, pero se contiene. Coge el móvil y lo guarda en la mochila sin abrir los mensajes antes.

-Es... Ella es... -comienza él a explicar-. Es mi ayudante.

-¿Tu ayudante?

-Sí. Fue... fue idea de tu padre, para las actividades deportivas. Ella también juega al fútbol, y yo solo para toda la organización... Necesitamos estar en contacto, sabes, porque tenemos que empe...

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora