CINCO

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No sabe por qué lo ha hecho. Solo ha sido un impulso de darle un simple beso en la mejilla al que considera su mejor amigo. Ha hecho tanto por ella que ese gesto no es suficiente agradecimiento, desde luego. No cree que nada pueda ser lo bastante importante para agradecerle. En todo momento ha estado ahí para ella, muchas veces haciendo de pañuelo para secar sus lágrimas, y también otras muchas veces siendo el causante de sus sonrisas. Piensa en la imagen que tenía de él hace unos meses, y en la que tiene ahora y se da cuenta de que son totalmente diferentes.

El móvil sobre su cama empieza a sonar.

—¿Qué coño pasa contigo?

El tono grosero de las palabras le sobresalta, pero luego se relaja al darse cuenta de que se trata de Andrea. Pronuncia muchas palabras mal sonadas cuando se enfada o se emociona demasiado, aunque sí es cierto que al tratarse de su voz suenan mucho menos bruscas.

—¿Te han castigado? No me jodas.

—Para ya con los tacos, Andrea —le regaña.

—Lo siento, se me escapan.

—No me castigó nadie. Conseguimos librarnos.

—¿De verdad? Normal, es tu padre. ¡Me tenías preocupada! Esa mujer está loca.

—Ya, eso es lo que dice todo el mundo. —Laia sonríe, pensando que ya podría incluirse a sí misma en ese "todo el mundo".

—Y es cierto.

Un silencio surge entre la conversación en el que las dos están sonriendo a la vez.

—¿Qué tal estás?

—Bueno... —Su tono de voz disminuye hasta convertirse en un murmuro—. Realmente no lo sé. Yo no quiero estar sin él. Pero...

—¿Pero? —la interrumpe, preparándose para poner los ojos en blanco.

—Pero ¿hasta cuándo voy a seguir llorando? —Se oye un sollozo repentino—. Se va de fiesta, bebe y se olvida de mí. Pero te puedo asegurar que cuando no hace eso es la persona más cariñosa y más atenta que he podido conocer. Yo... yo no sé qué hacer.

Finalmente Laia hace rodar sus ojos en silencio. Eso ya lo sabe, está cansada de oírlo de su boca, sin embargo, ella ya no sabe qué creer y que no.

—Piensa en qué será mejor y menos doloroso. Si prefieres llorar unos días más por haberlo dejado, o llorar el resto de tu vida por continuar a su lado.

—No me digas eso, Laia. —Su sorbo por la nariz y la debilidad de su voz indican que ya está derramando lágrimas otra vez—. Me lo pones más difícil.

—Es que no te lo mereces. Estoy harta de decírtelo.

Se queda muda por unos segundos, luego suelta una risita. Laia se había puesto seria, oh sí, la imperturbable se había perturbado.

—¿Y ahora qué pasa? ¿Te estás riendo? ¿Qué clase de bipolaridad es esa? Andrea, creo que nunca llegaré a comprenderte.

—Ya, eso es lo que dice todo el mundo —repite las palabras que segundos atrás había dicho su amiga con una risa.

De pronto Laia oye que alguien grita en voz alta su nombre, viéndose obligada a terminar la llamada.

—Parece que mi padre me está llamando. Será para almorzar.

Hasta que no lo ha dicho no lo había pensado. No se acordaba de que no había comido todavía y de repente le entra un hambre tremenda.

—Vale. Ya hablaremos —comenta Andrea con intención de despedirse, pero antes añade—: ¿Haces algo esta tarde?

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora