Está desesperada. Se tiraría de los pelos, o se mordería las uñas, si no fuera porque es la cumpleañera y no puede permitirse unas uñas mordidas. La cumpleañera que llega tarde y que debería haber estado hace más de una hora en el lugar para preparar los últimos detalles. Su madre se perdió de camino a recoger la tarta y, cuando al fin dieron con el lugar, no había ninguna pastel. El hombre juraba una y otra vez que no había ningún pedido que correspodiera con su nombre y descripción. Para colmo, el coche se quedó sin gasolina al regresar. Y, además, ya era demasiado tarde para conseguir otra tarta decente. Ahora baja corriendo del vehículo sobre unos tacones y se dirige hasta el salón, que se suponía que abriría hace una hora. Imagina que estarán todos fuera, o ya se habrán ido. Lleva horas con unas ganas de llorar terribles, pero se ha contenido por el maquillaje. A todo eso, tiene que sumarle que las únicas felicitaciones que ha recibido en el día han sido las de su madre. Posiblemente es el hecho que más le duele. Sabía que vería a todos sus amigos en la fiesta... pero algún que otro "feliz cumpleaños" por teléfono no habría estado mal. Y, bueno, de su padre no puede esperar nada. Es más, lo esperable es no esperar. A saber dónde andará, con quién, y qué estará haciendo.
Se peina sus tirabuzones bicolores con los dedos a la vez que corre. Al llegar, descubre la calle totalmente vacía y se le cae el alma al suelo. Se acerca a la puerta e introduce la llave, pero ya estaba abierta. La empuja y unos focos la dejan ciega por un momento. El «cumpleaños feliz» empieza a sonar de la boca de los invitados, de los que reconoce las voces de algunos.
-¿Qué coño...? -es lo único capaz de articular. Sus ojos se humedecen de inmediato. Con todo lo que ha pasado durante el día, ya se veía más cerca del peor cumpleaños que haya podido tener, después de la ilusión y el empeño. Y ahora descubre que todo estaba planeado.
Andrea localiza a Laia, bien maquillada con el pelo liso, que canta con una sonrisa cómplice. Ha sido ella, claro. Le lanza una mirada fulminante pero luego acaba sonriendo. Todos aplauden y silban, y tarda en darse cuenta de que es el turno de soplar las velas. Un 17 se ilumina en el cuarto piso del pastel. Esa tarta es mucho más grade y rosa que la que ella había pedido.
Se acerca y sopla con fuerza. Vuelven a aplaudir y todo se queda en silencio. Es su momento para hablar.
-¡Sois todos unos cabrones! -exclama Andrea después de la vergüenza y, la felicidad al mismo tiempo, que ha vivido. Incluso le tiemblan las manos.
Los chicos se ríen y, a cambio, algunos le gritan cumplidos y suenan aplausos otra vez. La música empieza a sonar mientras que compañeros y amigos se van acercando a la chica para darle las felicidades acompañadas con bolsas de regalos.
***
-Te voy a matar. -Andrea se acerca hasta la mesa en la que está Laia y toma asiento a su lado.
-No, por favor. -Sonríe.
-Muchas gracias, Laia. No tenías por qué molestarte tanto.
-No las des. Es tu cumpleaños.
La pelirosa abraza a su amiga en agradecimiento.
-No había podido darte las gracias antes con tanto lío -explica y le quita el vaso de las manos. Da un sorbo y arruga su nariz pecosa-. ¿Sin alcohol?
-Efectivamente -dice la castaña sonriendo y recupera su bebida.
-¿Y tu hermano no viene?
-Oh... -Laia asiente recordando el tema-. De eso tenemos que hablar tú y yo.
-¿Qué pasa?
-Dímelo tú. ¿Por qué lo has invitado?
-Oye, solo fue en agradecimiento. Él me llevó hasta el centro comercial cuando lo necesité y yo lo invité a mi cumpleaños. ¿No te parece justo? -Andrea suelta una carcajada por su propia justificación.
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¿Y si te digo que te quiero?
Fanfiction• ¿Qué se puede pedir cuando siempre te han dado prácticamente todo? Pues cariño, tal vez. • Unos padres con recursos han hecho que Laia no tenga que preocuparse por nada en la vida. Parecen la familia perfecta, pero ni se acercan. Creen que se lo h...