CUARENTA Y CUATRO

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Desde que Andrea se ha ido, está acostada en la cama, boca abajo, con la cabeza en la almohada. No tiene ganas de nada. Solo quiere estar allí tumbada, en silencio, esperando a que se haga la noche para dormirse y no despertar hasta mañana. No imaginó que fuese a durar tan poco. No imaginó que la dejaría.No imaginó que pudiese sentir dudas.
Está agotada, y no físicamente. No tiene fuerzas ni para levantar un brazo, sin embargo las saca de dónde puede, y alcanza su móvil. Se le ha pasado por la cabeza llamarlo, pedirle disculpas, decirle que le dejase explicarle, que quería estar con él. Pero no lo ha hecho hasta ahora.
Desliza el dedo por la pantalla y aparece su contacto. Relee su nombre una y otra vez, hasta que cambia de idea. Tal vez fue lo mejor que pudo pasar. Y en lugar de marcar Dustin, busca a Louis y escribe un mensaje.

"Hola. ¿Crees que podrías echarme una mano con un asunto el domingo cuando salgas del trabajo?"

Lo envía y se queda un rato mirando la pantalla, a la espera de la respuesta, que no tarda en llegar.

"Claro. ¿Cuál es ese asunto?"

Escribe rápidamente.

"Tiene que ver con el cumpleaños de Andrea."

"Genial. Avísame y te ayudaré con lo que quieras."

"El domingo te cuento. Gracias."

Deja el móvil sobre la colcha y vuelve a esconder su cara en la almohada. No le ha contado lo de Dustin, y no cree que vaya a hacerlo.

Alguien golpea su puerta dando tres toques lentos en ella. ¿Y ahora qué quieren? Seguro será su padre. Antes de que le dé tiempo a darle paso, Sam entra en la habitación.

—¿Estás durmiendo?

—¿Me ves durmiendo?

—No. —Sonríe—. Pero te veo acostada en la cama con depresión. ¿Tu novio te ha dejado? —Bromea, con una risa. Se adentra en la habitación, pero su expresión cambia al ver la cara de su hermana—. No me jodas.

¿Ha acertado? No lo sabía. Lo dijo sin pensar. Es lo que se suele decir, ¿no?

—¿Te he leído la mente? Es telepatía entre hermanos.

—No estoy para tus bromas.

El chico se lleva la mano a la nuca, un poco arrepentido. Nunca habla con mala intención pero siempre termina molestando. Mira incómodo a todas partes. Se remanga el sueter negro que lleva puesto por los brazos y se acerca a la cama.

—Perdona.

Laia no se mueve de su posición.

—No te disculpes y déjame sola. —Su voz suena débil, cansada.

—Llevas un buen rato sola. No soy bueno consolando, ni dando consejos, ni hablando de estos temas. Pero puedo hacerte compañía.

—No te preocupes.

—Y no me preocupo, pero es que no tengo nada mejor que hacer.

El chico bromea para sacarle una sonrisa de alguna manera, y lo consigue. Mínimamente, pero lo consigue.

—Necesitas una novia.

—Y por lo que se ve, ahora tú también.

—No, Sam. He comprobado que no sirvo para eso.

—A mí tampoco se me dan las chicas.

Laia arquea una ceja, aunque él no pueda verlo. Es guapo, y está bueno, aunque no lo admita porque es su hermano y no debe hacerlo. A veces se comporta como un idiota, pero compensa. ¿Cómo es que no se le dan las chicas?

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora