CATORCE

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Después de diez minutos de lágrimas, mocos y sollozos, por fin ya se ha calmado y le cuenta a Laia lo que ha pasado.

-Me estaba engañando -dice Andrea y da un sorbo al té caliente que su amiga le ha preparado-. Siempre pensé que la relación acabaría de un momento a otro debido a una de nuestras continuas peleas. Nunca imaginé esto. Ni siquiera lo llegué a sospechar.

Sus ojos enrojecidos vuelven a humedecerse. Los cierra con fuerza como si eso pudiera aliviarle el dolor que siente por dentro.

Laia la escucha muy apenada a su lado en el sofá pero no le sale ninguna palabra de consuelo.

-Se molestó bastante cuando, por accidente, conocí a su madre. Claro, ella sabía de la existencia de la otra. No podía presentarle a dos chicas.

Acaba con la taza de té y deja caer la cabeza en el respaldo acolchado. Laia coge la taza vacía y la pone sobre la mesita de cristal.

-¿Qué voy a hacer yo ahora? Me hice demasiado dependiente de él. Pasaba todo el tiempo a su lado. Es que no lo entiendo. -Se reincorpora y deja la vista fija en la pantalla de la televisión-. Estábamos casi todo el día juntos. ¿Cuándo estaba con la otra?

Hace la pregunta y, claramente, Laia no le responde. La cabeza le da vueltas ahora que parece que esta es la ruptura definitiva. «Andrea sin Zack», piensa y le resulta muy extraño solo con imaginarlo.

-No confié del todo en ese chico desde el principio -le dice después de tanto silencio.

-Ya lo sé. Me lo advertiste muchas veces. Si es tu forma sutil de decir «te lo dije» puedes ahorrartela.

-No lo decía con esa intención, Andrea... Lo siento.

-No. Perdóname tú a mí -se disculpa y saca una sonrisa como puede. Su móvil suena y de inmediato rechaza la llamada-. Y tiene las narices de llamarme.

Unos pasos acompañados de una melodía de silbidos interrumpen en la sala de estar.

-Ey -saluda Sam acercándose descalzo hacia el sofá, pero cuando ve la escena se frena y pone mala cara-. Uy... Tal vez no es buen momento.

-No, no lo es -le dice Laia.

-No pasa nada -dice Andrea, pasándose las manos por la cara en un intento de mejorar su aspecto y hace lo mismo con el pelo.

-El partido empieza dentro de cinco minutos y necesito la televisión -informa él, encogiéndose de hombros.

-Y ¿a mí qué me cuentas? Vete a verlo a tu habitación -le espeta su hermana ante tanta insensibilidad por su parte.

-Sí... Bueno... Eso no es posible... -murmura.

-¿Qué? ¿Qué ha pasado?

-Tal vez, pero solo tal vez, me haya cargado mi televisión.

-¿Cómo dices? ¿Has roto la tele? -exclama con la boca abierta y luego se echa a reír por lo patético que suena-. Qué responsable, Samuel.

-No tiene gracia. Ya le diré a papá que compre otra.

-Oh, no. Ni lo sueñes. Primero tiene que comprarme a mí el iPhone.

-¿Otro? -pregunta desconcertado.

-No, es que se me ha... roto. -Pone cara de fastidio por haberlo admitido. Ya sabe lo que va a decir su hermano a continuación.

-¡Vaya! Qué responsable, Laia -le dice imitando su tono de voz y sonríe-. Venga, necesito ver el partido. Yo aquí no os molesto. -Se sienta en un sillón aparte.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora