TREINTA Y UNO

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Sábado veintitrés de marzo, hace unas horas que ha amanecido. El día fuera es agradable, soleado..., justamente lo contrario a su estado de ánimo. Al final tanta luz y alegría terminan por molestarla y acaba cerrando las persianas y corriendo las cortinas. A oscuras, y en pijama, ve una serie de ficción en su pantalla de plasma. En una de sus mesitas de noche está la bandeja de desayuno que Vicky tan amablemente se ofreció a prepararle. Se tomó la leche caliente con los cereales y uno de los pequeños croissants de chocolate.
A esa hora debería estar andando con Louis de camino al campo de fútbol, pero ni él ha aparecido ni ella se ha interesado por avisarle. Quedarse en casa ha sido lo mejor que podía haber hecho. No es capaz de hacer como si nada hubiese ocurrido, y supone que él tampoco podrá comportarse con normalidad. Se sienta muy extraña, porque es la primera vez que se pierde un partido suyo, pero no se ha presentado porque no le pareció... oportuno. Necesita tiempo, más aún, para pensar y aclararse las ideas. Además, desconoce si todavía sigue castigada o no, según su padre, así que tal vez ni siquiera la hubiera dejado salir de casa aunque hubiese querido.

Da un suspiro y apaga la televisión. Ya se ha aburrido. Coge la bandeja con los restos del desayuno y baja con ella hasta la cocina. Se encuentra con Vicky aspirando la alfombra blanca del salón y ella le dice que no hacía falta que trajera la bandeja.

-Es mi trabajo -se justifica.

-No, Vicky, recoger bandejas de desayuno no es tu trabajo, ni siquiera lo es prepararlas. Así que te debo unas gracias.

-No es nada.

Laia le sonríe como puede. La mujer lo nota, que no es una sonrisa sincera, ni alegre. Su expresión es diferente, apagada, y se da cuenta de ello. Además, ningún sábado por la mañana se queda en casa y sin embargo allí está, por lo que sabe que hay algo que no va bien.

La chica lleva la bandeja, dejando la taza en el fregadero y limpiando lo que no se ha comido. Luego regresa al salón y la mirada atenta de Victoria la hace detenerse.

-¿Todo bien? -le pregunta, observándola. Ella asiente en respuesta-. Tú padre me preguntó por tu estado de ánimo cuando te llevé el desayuno.

-Estoy bien. ¿Dónde está él?

-En el comedor.

Tras la información, va en su búsqueda.

-Buenos días -habla él, un tanto sorprendido por verla. Enseguida aparta la mirada del portátil y centra toda la atención en su hija.

-Buenos días -le corresponde Laia por educación-. Quería saber hasta cuándo no voy a poder salir de casa.

-Puedes hacer lo que quieras, Laia. ¿No es eso lo que has hecho hasta ahora?

-Está bien -responde con frialdad, evitando contestar de peor forma que originara así otra discusión. No tiene fuerzas para eso.

-¿Cómo estás?

-¿Lo dices por lo de ayer? Supongo que igual, pero qué más da.

-Estoy preocupado por ti. Intento interesarme por lo que haya podido pasarte. Si se trata de algo grave... A lo mejor puedo ayudarte.

-Papá... -Suspira, agotada-. ¿Recuerdas que hace poco te quejabas de mis amistades? Pues ya no vas a tener más problemas con ese tema. -Se da la vuelta, sin esperar ningún comentario al respecto, y regresa a su habitación.

Revisa su móvil y descubre que Ari le ha escrito, además ve el mensaje que Dustin le envió ayer y no fue capaz de contestar en ese momento. Tendrá que disculparse con él por ello también.

¿Cómo te encuentras? Me ha dicho Andrea que no has venido al partido porque no te sentías muy bien del estómago.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora