SESENTA Y DOS

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Después de rebuscar entre vaqueros, sujetadores de colores y bragas hechas de tela minúscula, ha dado con una camisa de tirantes básica, un pantalón largo que supone que será parte de un pijama y ha escogido las bragas con más tela que ha encontrado. Es increíble que haya tenido que seleccionar entre ropa interior para una chica que prácticamente es casi una desconocida para él. Ahora camina por el pasillo con un tanga de color rosa para la amiga de su hermana.

-De locos... -murmura para sí mismo, muy bajito.

Toca en la puerta antes, evitando encontrarse con algo que no debiese ver. Afortunadamente, Andrea se encuentra en la misma posición y estado en el que la dejó hace unos minutos. Sus enormes ojos verdes se encuentran con los suyos.

-Aquí tienes. -El chico le ofrece la ropa, dejándola sobre la cama.

-Gracias. -Su respuesta es un susurro avergonzado, tímido.

-Me debes una grande, Andrea -le dice, con intención de bromear y así restarle un poco de tensión a la situación.

Ella no contesta, solo le mira y sonríe como puede.

-Si necesitas cualquier otra cosa, avísame. Solo yo sé que estás aquí.

-No saldré de la habitación, Sam. Gracias, otra vez.

-Bien. -Asiente, echando un vistazo alrededor, asegurándose de que todo está en orden.

-Espera... ¿puedo hablar contigo? -se atreve Andrea. Quizá sea un buen momento... raro, pero quizá bueno.

-Mejor mañana. Tienes que descansar.

El chico sale de la habitación y cierra tras él. Ella se queda mirando la puerta, como si esperara que volviese a entrar. Segundos, minutos... Y la puerta sigue tal y como la dejó. Da un largo suspiro y agarra la ropa de Laia que le ha traído. Necesita dormir, mucho. Mucho para olvidar todo lo que le ha pasado durante las últimas horas.

***

-Andrea -le susurra.

Después de varias llamadas más, la chica termina despertándose. Está envuelta completamente por el edredón, solo unos mechones rosas asoman por la almohada.

-¿Qué pasa? -pregunta, quejándose por haber sido despertada. Para ella es como si estuviera en su casa, y fuese su madre la que la llama.

-Tienes que irte.

Esa voz no es la de su madre. Esa cama no es la suya, esas sábanas no son las suyas. Ya empieza a recordar.

-¿Ya? ¿Qué hora es?

-Las ocho -contesta Sam al pie de la cama. Decide abrir las persianas y las ventanas para que le entre aire fresco y luz y así se levante de una vez.

-¿Por qué tan temprano? -protesta la rubia deshaciéndose de las sábanas.

-Mis padres ya están despiertos. No sé qué narices les ha pasado hoy pero quieren hacer algo en familia.

Se lo acaba de comunicar su padre en la cocina, mientras se preparaba él mismo el desayuno. Victoria ha cogido vacaciones, o al menos es lo que le ha dicho, por lo que las comidas durante la semana que viene serán pedidas por encargo.

-Así que tienes que irte lo antes posible sin que te descubran.

-Joder -murmura saliendo de la cama.

-No digas tacos.

Andrea rueda los ojos. «Tienes que descansar», «no digas tacos»... Empieza a molestarle su actitud de padre.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora