DOCE

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Louis suelta un largo silbido al ver un coche aparcado en la calle que le llama la atención. Lo mira con detenimiento, analizando el brillo de su pintura, las llantas y la impecabilidad del mismo, y se acerca a la ventanilla para observar el interior también.

—¿De quién será este Audi? —pregunta admirando el vehículo.

Entonces Laia lo recuerda... Relaciona el coche con algo importante que no debió olvidar.

—¡Mis tíos! ¡Me había olvidado!

—¿Qué? —pregunta el chico aunque realmente su atención sigue fija en todo el salpicadero reluciente.

—Mis tíos, Louis. Venían hoy para darnos las invitaciones. ¡Qué despiste! Aún siguen aquí.

—¿Qué invitaciones?

—Las de la boda.

—¿Qué boda? —está todavía más confuso. ¿Una boda? ¿Se casan sus tíos?

—¿No te lo había dicho?

—No... —murmura, sin quitarle los ojos de encima al coche. Se ha enamorado. Pero, para su desgracia, se trata de un amor platónico—. ¿El Audi es de tus tíos?

—Sí, y se casan este sábado.

—Pero, ¿no estaban ya casados?—Era lo que creía. Ya tienen hijos, ¿cómo es que no ha habido boda?

—¡Qué va! Vamos, deja de mirar el coche. Le vas a hacer mal de ojo. —Tira de su brazo arrastrándolo hasta la puerta—. Puedo invitar a una persona. La que quiera. Así que vete preparando el esmoquin.

—¿Qué? —exclama. Genial, más sorpresas, y cada una mejor que la anterior.

Abre la puerta y tira de él hacia el interior sin dejar que diga algo más o que proteste por ello. De repente, y sin esperarlo, el pequeño y revoltoso Arthur pasa corriendo por delante de ellos y sigue de largo dirigiéndose al salón como un loco. Parece ciego, sin mirar por dónde va.

—¡Chad!—llama a su otro primo de cinco años cuando corre detrás del más pequeño, sin embargo no le hace caso.

—Hombre... —murmura Louis—. Mi querido Chad.

—Sé que es no es tu niño preferido —le dice Laia con una sonrisa.

—Es que no me cabe en la cabeza... ¿Cómo no he podido sacarle una sonrisa ni una sola vez a ese crío? Es el único niño que se me resiste.

—No puedes caerle bien a todo el mundo, Louis.

—Ya lo lograré algún día —afirma muy seguro.

Los dos llegan al salón tras la escena de la persecución, encontrándose con más gente de la habitual. Jeremy descansa cómodamente en un sillón alargado de piel mientras charla con otro hombre, que también se sienta a su lado. Este lleva una camisa azul cielo de manga larga y unos pantalones de color crema. Su pelo corto y oscuro, y su piel está ligeramente bronceada y brillante. En el otro sillón se encuentran dos mujeres rubias despampanantes. Una es su madre, que lleva el pelo con un recogido elegante, y la otra rubia no para de sonreír y toquetearse sus tirabuzones. Ambas giran la cabeza al mismo tiempo al verlos llegar y sonríen mucho más a la vez, como si de gemelas se tratara. Pero no, solo son hermanas. Salta a la vista. Tantos dientes blanqueados iluminan la estancia.

—¡Tía Claire! ¿Qué tal? —Laia se acerca rápidamente para saludarla con un beso en su mejilla llena de colorete y se queda observándola. Para ella los años no pasan. Es un poco mayor que su madre y parecen de la misma edad.

—¡Genial! —responde la segunda rubia con entusiasmo agitando su mano y luciendo el anillo de compromiso—. ¿Y tú? Cada vez que te veo estás más guapa.

¿Y si te digo que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora