Desorientado

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Kyle 

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Kyle 


—¿Que Dylan está qué? 

—Está completamente tomado, Kyle —le dijo la voz al otro lado del teléfono—. Creo que nunca había estado tan borracho. El pobre ni levantarse puede. 

Era la una de la mañana cuando su teléfono no había dejado de sonar. Kyle tenía la intención de ignorar la llamada, pero esta jamás se detuvo. No le quedó de otra que responder. Minutos atrás había estado echado en la cama con Fender a su lado, con un pie en la realidad y el otro aún en tierras de Morfeo. Ahora se encontraba de pie, con los ojos bien abiertos y ni un atisbo del cansancio que había sentido a la hora de irse a dormir. 

—¿Y quieres que yo vaya por él?  —no le molestaba en absoluto. Si Dylan estaba en problemas, a un lado todo el mundo, que Kyle se pasaría llevando a cualquiera que se interpusiera en su camino, pero si Baverly estaba con él, ¿por qué lo necesitaban? 

—Mira, no puedo dejarlo en su casa así, me van a matar —el chico de ojos verdes se imaginó a la rubia señalando al Dylan recostado en el suelo—. Y no traje auto, no puedo llevármelo a rastras a la mía. Y lo peor es que Trevor no está, se fue de fin de semana con sus padres. ¿Podrías ayudarme por esta vez? 

Kyle suspiró. 

—Mándame la dirección. Voy para allá. 


Kyle no era fan del alcohol, por razones que ya había discutido con Dylan. La única que no había mencionado es que, para él, la borrachera era lo peor. Sí, tal vez podría parecer divertido cuando se estaba a la mitad de la línea entre la sobriedad y la embriaguez; pero cuando uno se encontraba casi al tope de esta última, las cosas no podían describirse más que como un puro desastre. 

«A veces es bueno olvidarte de todo. De no pensar en nada coherente» le habían dicho una vez. En eso podía concordar. ¿Quién no quería tener la mente en blanco cuando los pensamientos se volvían un huracán en la cabeza? Sin embargo, ¿cómo era posible disfrutar de estar tambaleándose por todos lados, con el mundo patas arriba y con una incesante necesidad de vomitar? Por no mencionar el terrible dolor de cabeza que surgía al día siguiente. 

Llegó en cuestión de quince minutos, lo que logró por ir a una velocidad cuestionable de ser segura y el hecho de que, a esa hora, apenas se veían un par de autos en la carretera. 

Encontró a los dos amigos, así como la chica le había descrito, con ella sentada al lado de un Dylan muy inquieto recostado en el suelo. A Kyle le sorprendía que este aún no se hubiese quedado dormido. 

El de ojos verdes se acuclilló al lado del castaño y suspiró. Tenía intención de decirle algo, pero sabía muy bien que Dylan apenas si lo escucharía. 

—¿Puedes llevarnos a mi casa? —preguntó la chica, mientras ambos hacían el intento de levantar el cuerpo flojo del castaño. 

—¿Tus padres no van a asesinarte? 

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