Sube al auto

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Kyle

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Kyle

—Perfecto, ya comieron sus papas fritas y terminaron sus sodas, ¿les escribo la cuenta? —les decía Kyle por milésima vez, intentando que aquellos dos por fin se fueran del local. 

—No, aún no... —le respondió Dylan, pensativo—. Quiero otra soda y a Baverly aquí le gustan las hamburguesas. ¿Por qué no nos traes un par? 

Kyle apretó tanto la mandíbula que temió que realmente fuera a romperse los dientes. Tuvo que respirar hondo varias veces para poder calmarse. Cuando relajó la mandíbula, aún sentía bastante presión. 

Pasó la orden al cocinero y se fue a atender las otras mesas. 

Trabajar de camarero no era tan malo, realmente. Mientras que no estuviera Zeke haciéndole el trabajo imposible, todo le salía bastante bien. Sin embargo, esa noche Tokio y los demás habían decidido aparecerse por milésima vez en el bar. En la hora que llevaban ahí, ya habían roto un vaso y un par de botellas de cerveza, las que Kyle tuvo que limpiar, ya que el otro chico que trabajaba los fines de semana no se había presentado. Incluso lo habían hecho cambiar la orden dos veces. 

Mientras que se paseaba por el local, Kyle cada tanto se encargaba de enviarle miradas asesinas a Dylan, intentando que se sintiera intimidado. Ese chico no sabía en los problemas que metería al de ojos verdes si se quedaba mucho más tiempo. En cualquier momento alguien podría darse cuenta que eran del lado norte y, a decir verdad, a ningún sureño le agradaban mucho los niños ricos. 

Dylan solo respondía a las miradas de Kyle con una sonrisa burlona. 

Si tan solo pudiera borrarle esa sonrisa a golpes. 

¿Por qué el chico no podía seguir ni un simple consejo? «No vuelvas al lado sur» le había dicho «noserán tan benevolentes contigo como yo». ¿Qué no comprendía de eso? 

Fue al cabo de unas tres horas que Dylan y Baverly —como había escuchado al castaño llamarle— que hicieron ademán de irse. Cuando se percató, Kyle corrió a darles la cuenta. 

Dylan se llevó la mano al bolsillo, dando la impresión de que él sería quien pagaría. 

—¿No andas un poco corto? —se burló Kyle, con una media sonrisa en el rostro. 

La chica casi escupe la soda de la risa. 

—Invito yo —dijo la rubia mientras ponía el dinero sobre la mesa—. Quédate con el cambio. 

Kyle volvió a sonreír a medias, como siempre lo hacía. 

—¿Ya vez? Nada malo sucedió —dijo por fin Dylan, como queriendo regodearse de la innecesaria paranoia de Kyle—. Quizá incluso volvamos pronto. 

Él lo miró con severidad. 

—No cantes victoria todavía. 

Dylan torció los ojos y por fin saltó del taburete para salir, dejando que su amiga fuera por delante. 

The CrashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora