Manos cálidas

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Kyle 

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Kyle 


Su sueño era acerca de la noche anterior. La pelea, la lluvia, la sangre escurriendo por el drenaje de la ducha, las vendas tiñéndose de rojo... los ojos de Dylan y sus manos cálidas alrededor de su rostro. Sus palabras, su cercanía. Todo. 

A pesar de que eran recuerdos, mientras que lo soñaba, él creía que era irreal. Que nada de eso estaba pasando. Se dio cuenta de la realidad de las cosas al escuchar que alguien lo llamaba. Comenzaba a reaccionar cuando sintió que lo tomaban por el hombro con delicadeza y, en lugar de zarandearlo, solo hacía movimientos suaves. 

Abrió los ojos súbitamente, recordando en dónde se encontraba. 

Se incorporó de golpe, pero se arrepintió de inmediato cuando un dolor intenso lo asaltó en todo el cuerpo. Lo primero que vio fue a Dylan, quien alzaba las manos cerca de él como intentando tranquilizarlo. Solo entonces se dio cuenta de lo agitada que era su respiración. 

—¡Carter! Lo siento mucho, no era mi intención quedarme dormido —comenzó a decir, hablando más rápido de lo normal—. Será mejor que me vaya... 

—Kyle Montgomery, tú no irás a ningún lado —dijo con autoridad, mientras lo empujaba levemente por los hombros para que este volviera a sentarse—. Además, con ese estado en el que estás, tampoco es como si pudieras llegar lejos. 

Kyle bajó la mirada. 

«Tampoco es como si tuviera a dónde más ir».

—Sabes que puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, ¿verdad? —añadió el chico, como si hubiese leído sus pensamientos. 

—No tienes que hacerte cargo de mí, Dylan —lo que Kyle había querido decir era que no quería ser un estorbo para su amigo, pero sabía que aquello molestaría al chico y no se le apetecía molestarlo más de lo que ya hacía estando en su casa. 

Kyle aún no podía ver a Dylan a los ojos. Se sentía muy apenado con todo aquello. Sin embargo, para su sorpresa, el chico se acercó a él y, como si no le importara nada en el mundo —y, aparentemente, tampoco lo que él pensara—, tomó su barbilla y levantó su rostro con delicadeza, para que sus miradas se encontraran. 

No sabía si era por la confusión o el shock o algo más, pero el de ojos verdes no se lo impidió. Se sentía extraño y, aunque le costase admitirlo, se sentía reconfortante. 

—Basta. No digas tonterías —pidió, mirándolo directamente a los ojos. Luego por fin soltó su rostro, luego comenzó a levantarse de la mesa de centro—. Mira, yo ahora tengo que ir a la escuela, pero eres libre de tomar todo lo que necesites. Ya sabes en donde está la habitación de invitados —Dylan igualmente señaló en dirección correcta—. Si quieres toma una ducha y recuéstate después. Hoy tengo práctica de lacrosse, por lo que saldré tarde, pero tengo una hora libre después del almuerzo. Haré lo posible por venir a verte... ver como sigues. 

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