El chico de ayer

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Dylan

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Dylan

Dylan había estado dando vueltas en la cama toda la noche, ahogado en penas. ¿Cómo era que le habían robado seiscientos dólares? ¿Cómo iba a explicarle eso a sus padres? Y lo que era peor: debía llevar su auto al taller y no tenía demasiado dinero. 

Claro, podría esperar a que sus padres regresaran, pero eso sería hasta dentro de un par de semanas y no creía poder aguantar tanto tiempo sin su propio transporte. Estaba acostumbrado a la autonomía. No quería estar saltando de vehículo en vehículo, ya fuera de sus amigos o el público. 

Se había quedado recostado sobre la cama, viendo al techo, hasta que su teléfono sonó. En la pantalla brillaba el nombre de su mejor amiga. 

—¿Qué tal la fiesta? —le preguntó la chica antes de que él pudiera saludar. 

—Como cualquier fiesta Carter —le siguió mientras por fin se ponía de pie—. Todo arcoíris y unicornios hasta que te empiezan a recordar los errores de tu vida. Ya sabes cómo es. 

La familia de Dylan era, lo que podía decirse, diferente. Era cierto que todas las familias tienen sus propias maneras de relacionarse, pero la suya solo era perceptible si se conocía muy bien a los miembros. 

Nadie se llevaba mal con nadie, pero el ambiente de todos modos siempre se inundaba de tensión. Su familia siempre actuaba amable con el mundo entero, cualquiera podía sentirse bienvenido en aquel ambiente. Hasta las cosas más duras eran dichas con dulzura. El problema era que no importaba todas las buenas acciones y decisiones que tomaras, ellos jamás te dejarían olvidar las equivocadas. Te juzgaban en secreto, lo que a los ojos de Dylan solo los hacía hipócritas. 

Incluso su madre había decidido mudarse al pueblo de al lado. Para poder dejar atrás toda esa hipocresía, pero sin tener que dejar a la familia por completo. Al fin y al cabo, seguía siendo su sangre. 

—Suena a mucha diversión —dijo su amiga en un tono sarcástico difícil de ignorar. 

—Ni me hagas empezar, Baverly —ignorando su propia petición, Dylan continuó con lo que había sido su noche—. Me han robado la billetera y el reloj de mi abuelo cuando venía de regreso. 

Baverly soltó algo parecido a una risa. 

—¿Cómo que te han robado? ¿no ibas en coche? —era obvio que aquella situación le divertía mucho. 

Terminó por contarle a su amiga lo sucedido, sin saltarse detalle. Aunque no había mucho detalle, a decir verdad. Excepto el hecho de que eran seiscientos dólares los que iban en esa billetera; lo que aún lo mantenía trastornado. 

—Y lo peor de todo es que debo llevar el auto al taller —terminó por hablar—. ¿Sabes cuánto me cobra Tom para un simple chequeo general? Apenas si alcanzo los cien dólares. ¿Cómo pude dejar que ese tonto me robara? —a pesar de que lo había dicho en voz alta, había sido más para él que para la chica. 

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