Campo de batalla

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Dylan 

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Dylan 


Aunque no fuera a admitírselo a nadie, Dylan no podía negárselo a sí mismo: había pasado la última media hora admirando el cisne de papel. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que a Kyle le gustara hacer ese tipo de ate. El origami requería paciencia y precisión y, aunque ya se había equivocado con los estereotipos que le adjudicaba al chico, no pudo evitar pensar que Kyle no parecía alguien quien tuviera tanta paciencia y precisión. Tal vez sí para lograr ser un buen tutor de cálculo, pero no para hacer algo así de delicado. 

Se encontraba recostado en su cama, boca arriba, con la pequeña pieza de papel entre los dedos sobre su rostro y sus labios formando una sonrisa tonta. 

Cuando Dylan había llegado volando a casa de Trevor, Baverly ya se había despertado. La encontró en el sofá del chico, tomando un té. Era obvio que su amigo la consintió para que se sintiera mejor y, a pesar de que cayó de las últimas gradas, no parecía tener ningún daño. Se quedó ahí un rato más, asegurándose de que todo estuviese bien y, cuando Trevor se ofreció llevarla a casa, Dylan tomó su propio camino. 

La sorpresa que se llevó al ver a Kyle sentado en sus escaleras no tuvo precio. Dylan no podía creer que el chico estuviese en su casa esperándolo. La emoción que despertó en el castaño era inexplicable, a pesar de que no supiera por qué, pero no importaba. No se había sentido así nunca. 

Sin embargo, cuando llegó hasta el de ojos verdes, lo que se apoderó de él fue pura confusión. ¿Por qué un chico que parecía no importarse por nada, con mirada fría y una actitud siempre a la defensiva estaba esperándolo con toda la tranquilidad del mundo? Eran detalles que el chico parecía hacer de manera inconsciente y aquello simplemente le encogía el corazón. 

Kyle Montgomery le encogía el corazón. Y lo peor de todo era que, ni si quiera sabía lo que hacía a su corazón encogerse. ¿Felicidad? ¿Empatía? ¿Aprecio? ¿O era algo que ni podía imaginarse?

Dylan sabía que no había hecho un gran trabajo mostrando gratitud al gesto de su amigo, pero estaba tan impresionado que no sabía qué decir. Muy tarde se dio cuenta de que aquello pudo parecer hostil para el otro chico, obligándolo a creer cosas que no eran, pero los nervios lo ponían así. 

Había querido tanto que Kyle se quedara para cenar, pero sabía que el chico no se sentiría cómodo con sus padres y no quería ponerlo en más situaciones como esas. 

Después de un rato, cuando sus brazos comenzaban a cosquillarle por mantenerlos tanto tiempo en el aire, Dylan por fin bajó al cisne con un suspiro y tomó su teléfono para descargar la canción de Better Than Ezra que le había comentado Kyle. Una vez estaba en su biblioteca, le puso play

La canción aún no había terminado cuando su madre lo llamó para cenar. 

Prometiendo que terminaría de escucharla luego, dejó al cisne en el estante donde mantenía sus cosas preciadas; como su libro favorito, el último trofeo que ganó en un partido, un par de fotografías y una pequeña caja de madera. 

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