Caer al precipicio

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Dylan 

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Dylan 


Era la tercera vez que sonaba el timbre en menos de un minuto y a Dylan ni siquiera le había dado tiempo de ponerse los zapatos. Claramente la persona que lo buscaba estaba ansiosa por ver al castaño, porque no paró ni cuando este gritó que ya iba en camino. 

Se preguntó quién rayos lo estaba buscando con tanta insistencia a las ocho de la noche. No podía ser ninguno de sus dos amigos, porque de lo contrario hubiesen mandado un mensaje o lo hubieran llamado. Claro, a no ser que algo le pasara a su móvil. 

De todas las ideas que se formó en su cabeza, de todas las personas que pudo pensar que estuviesen del otro lado de la puerta, Kyle no era una de esas. Su corazón salió volando de su pecho como si fuera una paloma puesta en libertad, dejándolo completamente pasmado frente a la puerta. 

—No te culpo si no quieres hablar conmigo —la voz de Kyle sonaba completamente diferente a como solía hacerlo. Sonaba apagada, triste y arrepentida—, y tampoco te culpo si terminas por azotarme la puerta en la cara, pero por favor déjame explicarte. 

Dylan parpadeó varias veces, preguntándose de dónde rayos Kyle sacó la idea de que no quería hablar con él o de que sería capaz de azotarle la puerta en el rostro. Si lo único que había deseado en todo el día era poder tener unas palabras con el chico. 

—Lo único que he querido estos días es hablar contigo —dijo por fin, con una voz igual de suave a la que había usado su amigo. 

Se movió a un lado, dándole a entender sin palabras que era bienvenido a entrar. Una vez los dos chicos estuvieron parados en la recepción, Dylan le señaló el sofá, esperando que aquella conversación no fuera tan breve como la del día anterior. 

Los chicos se sentaron en un corto espacio entre ellos y mantuvieron la distancia lo mejor que podían; como si un solo roce de ambos fuera a activar una bomba nuclear. Aquello solo hizo que los minutos siguientes, en los que ninguno dijo nada, fueran mucho más intensos. 

—Carter... 

—Tengo algo para ti —dijo casi de inmediato, sin saber por qué tuvo la urgencia de interrumpirlo justo cuando empezaba a hablar. 

El chico se volvió a él, confundido. 

—¿Para mí? —preguntó, claramente incrédulo. 

Dylan no contestó y subió rápidamente a su habitación para tomar el obsequio y bajó con un poco más de calma. Se sentó nuevamente en el sofá, a la misma distancia que antes y admiró un poco el brazalete entre sus dedos, el cual tenía atada una púa de guitarra de color negro y, en letras doradas y en cursiva, deletreaba el nombre «Kyle». Un pequeño presente que había mandado a hacer unas semanas atrás. 

Se lo extendió al chico con manos temblorosas, quien lo tomó con cautela. En el tiempo que Kyle observaba con atención el brazalete, Dylan no pudo evitar contener la respiración, manteniendo la mirada fija en el chico, intentando descifrar su expresión. 

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