Se siente bien decirlo

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Dylan 

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Dylan 


A pesar de que el castaño había querido quedarse más tiempo en el jardín el viernes por la noche, muy pronto tuvieron que entrar por lo rápido que bajó la temperatura. Kyle ya le había dicho lo mucho que le costaba entrar en calor, no iba a dejar que el pobre se quedara recostado en el frío césped para congelarse.

Sin embargo, tuvieron una buena noche, a pesar de que ayudó a Kyle a empacar. Sus padres regresarían al día siguiente y eso quería decir que el chico ya no podía quedarse con él. No se entristeció mucho, ya que había tenido todo un mes con él y muchas cosas habían sucedido que no le permitían borrar esa sonrisa del rostro.

El sábado en la mañana, el chico tuvo que irse temprano y le prometió que se verían en dos semanas, algo que despertó quejas en ambos, pero luego de una larga charla creyeron que era lo mejor. A pesar de que querían pasar la Navidad o el Año Nuevo juntos, sabían que era mejor si Dylan pasara tiempo con su familia. Era algo que él necesitaba. 

Sus padres regresaron cerca de medio día y, aunque Dylan lo hubiese preferido de otro modo, lo primero que mencionaron fue a Baverly. Lo abrazaron increíblemente fuerte y, aunque el chico ya había llorado mares, no pudo evitar que las lágrimas volvieran a caer. El castaño también sabía lo exhaustos que deberían estar, pero estos insistieron en ir al cementerio. 

Por más que quería, el chico no pudo acompañarlos hasta donde se encontraba su amiga. No estaba listo y sus padres no insistieron más. 

El resto del día se quedaron en casa y Dylan les comentó que durante el último mes había recibido mucha ayuda. No mencionó específicamente de quién, pero sus padres parecían felices de que su hijo estuviese mucho mejor. Sin embargo, fue el domingo en la mañana en donde todos los detalles salieron a la luz.

—Dylan cariño, ¿puedes venir un segundo? —lo llamó su madre, quien ya servía el desayuno en la mesa.

El chico caminó de manera despreocupada al comedor, pero esto cambió por completo cuando vio a Linda parada en el umbral de la puerta corrediza. Esta estaba abierta y dejaba ver las luces dispuestas en los arbustos y los árboles. Lo había olvidado por completo.

—¿Por qué hay luces en el jardín? —preguntó, con auténtica curiosidad en lugar de acusación.

Respiró hondo y sonrió.

—Yo las puse —se encogió de hombros—. Tenía una cita.

—¿A caso escuché que mi hijo tuvo una cita? —preguntó su padre al tiempo que entraba al comedor, con una taza de café ya en la mano.

El hombre se paró al lado del chico y no despegó la mirada del jardín. Ahora Dylan estaba atrapado entre sus dos padres.

—Sí, quería hacer algo especial.

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